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Y a esta reflexión siguió una idea, que le hizo fruncir el ceño y contrajo sus labios con una sonrisa desdeñosa. No obstante, la segunda mirada que fijó en Lucía le inspiró distintos y más caritativos pensamientos.

El duque respondió que su hija se consideraba muy honrada por la elección del señor de Villanera. Se fijó de común acuerdo el día de la boda y la duquesa fue a buscar a Germana para presentarla a la viuda. La pobre niña creyó morir de espanto al compararse con aquel espectro de mujer.

Sal, muchacha; pide perdón a tu padre. El Vara de palo vio arrodillada a una mujer en el centro de aquel cuarto en el que nunca entraba, por miedo a recordar lo pasado. Su mirada fue de extrañeza. Después fijó sus ojos en Gabriel, como si no adivinase quién era aquella mujer. ¿Qué farsa había preparado su hermano?

Carolina, sin embargo, no se fijó en estos cumplidos, sino que sofocó más aún al caballero coronel corriendo a toda prisa hacia Lady Clara, buscando protección en los pliegues de su vestido.

Después de un rato, el ministro fijó los ojos en los de Ester. Ester, dijo, ¿has hallado la paz del alma? Ella sonrió tristemente dirigiéndose una mirada al pecho. ¿La has hallado ? le preguntó ella á su vez. No: no; solamente desesperación, contestó el ministro. ¿Ni qué otra cosa podía esperar, siendo lo que soy, y llevando una vida como la que llevo?

Pero antes de abandonar a su mísera gente quiso darla un capitán, y fijó su elección en un mozo extremeño llegado poco antes a las Indias, en el éxodo de gente de espada que siguió al de los navegantes: éxodo que llamaba Fernando «la segunda hornada de conquistadores». Este soldado, que había hecho el aprendizaje de la guerra indiana al lado de Ojeda, llamábase Francisco Pizarro.

A la que hacia la Maria, al Jesus y al Joseph, que eran marido y muger y fijo, porque el misterio y representacion fuese más devotamente, mandó el cabildo dar 2 florines de oro ó 32 s.» Digno es de atención el pasaje, en que se habla de representaciones dramáticas en las fiestas de los Inocentes, pág. 155.

Si lo saben aquí, me encerrarán con llave. Me apartarán de la pequeña. La matarán. de fijo que la matarán. El tono, la expresión, la actitud, eran de quien no posee la plenitud de sus facultades mentales; de mujer impulsada por excitación nerviosa que raya en desvarío.

»Carlos, menos ágil que yo, no pudo seguirme, y permanecía en el salón cuando, abriendo la puerta, entró el duque de Arcos, de gran uniforme, con el sombrero convenientemente colocado y su bastón de puño de oro en la mano. »Su vista se fijó en seguida a las pruebas del crimen, que estaban diseminadas por el pavimento. Carlos palideció, pero permaneció inmóvil viendo al Duque dirigirse hacia él.

Su cabeza, tan erguida siempre, se doblaba bajo el peso del tedio o la preocupación; su talle flexible, ondulante, se movía sin compás girando a un lado y a otro como el cuerpo de un beodo; arrastraba los ojos por el suelo, aquellos hermosos ojos africanos que eran el más preciado ornamento de la noble ciudad de Lancia, y por su frente pálida cruzaba una arruga bien profunda, signo de pensamiento fijo y doloroso. ¡Cuánto le había atormentado desde hacía dos meses!