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Actualizado: 3 de septiembre de 2024
Aparte de estas penalidades, Gabriel estaba satisfecho de su escapatoria extraordinaria a través de la ciudad. Reía pensando en lo que hubiera dicho la muchedumbre arrodillada con veneración, de conocer al que asomaba sus ojos por debajo de la custodia.
Mientras permaneció sin conocimiento, con su cabeza recostada sobre un almohadón de seda lila, la señora Percival estuvo arrodillada a su lado, y pienso que me miraba con considerable recelo, pues, ignorando lo sucedido, creía que yo era el causante.
Al fin me armé de valor y entré muy suavemente en su cuarto. La encontré arrodillada junto a la cama, con el rostro oculto en la almohada, y parecía orar. Me quedé inmóvil en el umbral, pues no me atrevía a perturbarla. Al fin, se volvió y al verme se levantó estremeciéndose. ¿Qué quieres? balbució. Yo me colgué de ella y mis sollozos habrían enternecido a un corazón de piedra.
Había en este entretanto vuelto Dorotea en sí, y había estado escuchando todas las razones que Luscinda dijo, por las cuales vino en conocimiento de quién ella era; que, viendo que don Fernando aún no la dejaba de los brazos, ni respondía a sus razones, esforzándose lo más que pudo, se levantó y se fue a hincar de rodillas a sus pies; y, derramando mucha cantidad de hermosas y lastimeras lágrimas, así le comenzó a decir: -Si ya no es, señor mío, que los rayos deste sol que en tus brazos eclipsado tienes te quitan y ofuscan los de tus ojos, ya habrás echado de ver que la que a tus pies está arrodillada es la sin ventura, hasta que tú quieras, y la desdichada Dorotea.
Y Julio también se humillaría, Julio también buscaría avergonzado la mediación de Charito, y acaso en la mañana de los domingos, para la misa de las once, se deslizaría como él, furtivamente, en la iglesia del Socorro, por el miserable consuelo de contemplarla arrodillada en la penumbra.
Se aisló completamente; muy pronto ni siquiera quiso tolerar junto a ella a su amigo, y le cerró la puerta. Se consideraba criminal. Sus angustias la llevaron a un confesor, la arrojaron en los brazos de la iglesia católica. Desde entonces se la ve prosternada delante de un crucifijo, arrodillada a la puerta de las iglesias, desgranando su rosario, con la frente sobre las piedras...
Pasó largo rato; terminóse aquella misa y salió después otra, y poco a poco fueron desapareciendo los fieles, quedando al fin sola la Albornoz, arrodillada delante, sin poderse sostener apenas, caída la cabeza, cruzadas las manos, imagen viva de la humildad aniquilada ante la misericordia.
Las escenas siguientes, de índole profana, nos ofrecen amores é intrigas pastoriles; luego aparece un ángel que canta el Gloria in excelsis Deo; anuncia el nacimiento del Salvador, y excita á los pastores á adorar al recién nacido. Se ve entonces á María arrodillada ante el Hijo de Dios. Adóralo recitando un soneto, y San José une sus oraciones á las de ella.
El contraste entre la prodigiosa opulencia del templo y los harapos de la pobre suplicante; entre la persistente durabilidad de aquellos miles de santos con vestiduras de oro, y la fragilidad de ese pequeño ser sin esperanza, era cruel y aplastador. La mujer seguía arrodillada, repitiendo en vano y obstinadamente sus oraciones.
Á la dudosa luz de la luna que entraba en el templo por el estrecho ajimez del muro de la capilla mayor, vi una mujer arrodillada junto al altar.
Palabra del Dia
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