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Pero aunque se debilite algún tanto el brillo de la aureola divina, que ha rodeado hasta ahora á este poeta, esperamos, no obstante, presentar su carácter artístico, iluminado con otros rayos de claridad más apacible.

Beatriz no respondió nada y se alejó dulcemente: se sentía en trance de muerte: había entrevisto de un golpe la verdad, y parecíale que el cielo se rasgaba para fulminarla con sus rayos.

Tres días después me paseaba por la vía Fornabuoni, en Florencia, por esa calle de palacios medioevales, bancos y consulados, que durante tantos inviernos me ha sido tan familiar, hasta que preferí las partidas de caza en Inglaterra a los rayos solares del Lung'Arno y el Cascine.

Descansad, María le dijo . Reposad tranquila en la venturosa paz de vuestra alma, sin que la importune la idea de que otros velan y padecen. Capítulo XXVII Apenas cerró el duque la puerta, cuando Pepe Vera salió por la de la alcoba, riéndose a carcajadas. ¿Quieres callar? le dijo María haciendo reflejar los rayos de la luz en el solitario que el duque acababa de regalarle.

Nuestro joven entró en la iglesia, que era reducida y pobre, y después de hacer una genuflexión ante el altar mayor, siguió hasta la sacristía, cuartito más pobre aún que la iglesia, con una ventanilla redonda por donde entraban los rayos del sol.

Protestando contra el cántico de muerte, el hermoso sol de invierno enviaba sus rayos a la cabeza inclinada y canosa del sacerdote, y encendía con tonos calientes la nuca de Lucía, inclinada también. Y continuaba el rezo: Heu mihi, Domine, quia pecavi nimis in vita mea.... Un rayo de luz más vivo y directo se coló en la cámara, y fue a posarse en la difunta.

Golbasto lanzó, con una voz de clarín, el primer verso: Muéstrate, ¡oh, sol! y con tus rayos de oro... Pero en vez de mostrarse el sol, como pedía el vate, lo que llegó inesperadamente fué la noche en plena tarde.

Llegóse en esto el día, dio el sol con sus rayos en los ojos a Sancho, despertó y esperezóse, sacudiéndose y estirándose los perezosos miembros; miró el destrozo que habían hecho los puercos en su repostería, y maldijo la piara y aun más adelante.

A pesar de la expresión de tristeza que la envolvía por entero, los rayos del sol que se filtraban por el ramaje, ponían un nimbo de oro en torno de aquella fisonomía cándida y doliente. Corté unas violetas y se las di con palabras de ánimo, a las que ella respondió con una débil sonrisa.

¡Vamos, vamos! exclamó la joven haciendo ademán de alzarse . Se va a caer la noche en un instante. Espera, déjame sentir el beso de adiós de ese sol que se está hundiendo. El astro rey ocultaba ya la mitad de su disco en la llanura y enviaba uno a uno sus rayos de púrpura con sonrisa melancólica, colgándolos suavemente a las ramas de los árboles. ¿Lo ves? Ya el sol se ha ido. ¡Vámonos, vámonos!