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Actualizado: 12 de mayo de 2025
La tierra ha de dármelo, mucho antes que el mar, a vosotros, esos tesoros de naufragios que buscáis.... El Caballero se aleja lentamente. Los tres mendigos le miran desvanecerse entre los roquedos de la playa. La Luna parece agigantar la figura del viejo hidalgo y poner un nimbo en su cabeza blanca y desnuda. Una costa brava ante un mar verdoso y temeroso.
Vive aún Sancho con vida depravada y el pundonor con su ambición se junta; ¡no está la sociedad regenerada, y la aurora social aún no despunta! ¿Quien no se dignifica en ser Quijote ante la corrupción y la innobleza, para vivir sin denigrante mote coronado con nimbo de grandeza? ¡Buen Quijote, salud! No eres vencido; írguete hasta las nubes arrogante!
Carmencita se exaltaba en la memoración de aquellas horas apacibles de su vida, de las cuales sólo le quedaba aquel testigo: Salvador. La barba rubia del médico le recordaba a la niña la de los santos que veía en los altares: era una barba riza y suave que estaba pidiendo un nimbo celestial para la cabeza serena y dulce de aquel hombre todo bondad.
A su vista aparecen, y van pasando, Elias, Ezequiel, Daniel, Isaías, Amos y los demás profetas, así como los reyes, jueces y príncipes: Melquisedec, David, Moisés, Salomón, y qué sé yo cuántos más. Todos llevan el rostro inmóvil de la carátula, y en las potencias, aureola o nimbo que coronan sus cabezas, inscrito el nombre de cada uno.
Una ventana próxima dejaba visible la puesta del sol, envolviendo en un nimbo de oro al piano y al ejecutante. La poesía del ocaso entraba por ella: susurros del ramaje, cantos moribundos de pájaros, zumbidos de insectos que brillaban como chispas bajo el último rayo solar.
Estos rayos de luz fría y difusa hacían aún más densas las tinieblas. En su marcha, sacaban de la obscuridad aquí una capilla, más allá una lápida sepulcral o el relieve de una pilastra. El gran Cristo que corona la reja del altar mayor fulguraba sobre el fondo de sombra con el brillo del oro viejo, como una aparición milagrosa que flotase en el espacio entre un nimbo de luz.
Dijo estas últimas palabras con acento grave, y quedó inmóvil mucho rato, con la vista perdida en la inmensa sábana de agua. Ahora la miraba Rafael. Había levantado la cabeza y contemplaba a Leonora pensativa. Su hermoso rostro se teñía de una luz azulada que parecía envolverla en un nimbo de idealidad.
Un cuerpo flexible, ágil, con movimientos rítmicos y elegantes, hace olvidar las imperfecciones del rostro. Hay, en fin, feas que tienen diablo, como dicen los franceses, o ángel, según el dicho español. El diablo o el ángel es ese grado de seducción que dimana de la simpatía, ese aire o nimbo de las figuras que es como el aleteo externo del alma.
La misma personalidad física del pintor se le representaba bajo una nueva faz, sintiéndose herida por la dignidad natural de su andar, que traía a la memoria la marcha al mismo tiempo potente y ligera de los grandes felinos; se sentía herida por el brillo resplandeciente de su frente, por la enérgica acentuación de su tranquilo rostro, al cual sus cabellos, ya hoy ligeramente emblanquecidos, revestían de una extraña y suave aureola; se le aparecía, en fin, transfigurado cual si los pensamientos que lo ocupaban y lo sostenían en aquellos días supremos lo hubiesen envuelto en un nimbo de sobrenaturales resplandores.
Erguida, esbelta, con su largo velo de tul, con la corona de azahares en los cabellos, para ella nimbo de pureza, para Juan corona de espinas... la veía así a la bien amada, deslumbrante de belleza, y, sin embargo... cuando buscaba en el rostro del querido fantasma la sonrisa del triunfo, sólo encontraba un rostro de mármol.
Palabra del Dia
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