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Actualizado: 13 de mayo de 2025
En la cámara, mi amo hablaba acaloradamente con el comandante del buque, Don Francisco Javier de Uriarte, y con el jefe de escuadra, Don Baltasar Hidalgo de Cisneros. Según lo poco que oí, no me quedó duda de que el General francés había dado orden de salida para la mañana siguiente.
Ahora bien, Florela amiga, dijo a su doncella; yo te ruego guardes el secreto de lo que sabes, ya que sabes bien que yo no he buscado la ocasión en que me he visto, y por estar tú allí detrás de las cortinas, como yo te mandé, a solas no he estado con ese hidalgo, y bien has podido oír lo que hemos hablado.
Cómo pensaba el hidalgo antes de comprometerse en una elección, jamás se supo; y mal podía saberse cuando él mismo lo ignoraba. Y lo ignoraba, porque no era hombre de inclinaciones políticas.
No tardó en saberse que Joaquinita se había escapado con Federico Torres, y que viajaban alegremente por Europa con el dinero del hidalgo.
Esas crujías... con vuestra licencia, mejor estaríamos en el aposento del portero. ¿Quién es el hidalgo portador de la carta de su majestad? dijo el frailuco desde la subida de las escaleras ; adelante, hermano, y sígame. Entráos, entráos vos en el aposento del portero, amigo, y hasta luego. Hasta luego.
Y Alcaparrón reía irónicamente de la simpleza de los gachés, de toda la gente que domina el mundo y oprime a los pobres gitanos, recordando ciertos prospectos y periódicos que había visto con el retrato de su respetable tío, luciendo sus patillas de boca de jacha, y su cara de ladrón, bajo un sombrero de catite como un campanario y rodeado de columnas impresas en lengua extraña, en las que se hablaba de mademoiselles las Alcaparronas y se celebraba su gracia y hermosura, repitiendo, cada seis renglones ¡ollé! ¡ollé!... ¡Y su tío, para mayor solemnidad, se titulaba el capitán Alcaparrón! ¿Capitán de qué?... Y sus primas, las mademoiselles, se hacían robar por señorones que le tenían miedo al padre, le terrible hidalgo, que tantas veces había rasgueado filosóficamente la guitarra en los colmados, mientras las niñas se ocultaban con los señoritos en los cuartos más lejanos. ¡Josú, qué guasa!...
Al entrar en la galería, según dijo después á doña Clara ese hidalgo, oyó las voces de un hombre y de una mujer. El hombre, sin pasar de la puerta, se negaba á devolver una prenda á la mujer, y la mujer decía: «No faltará quien os arranque esa prenda que me habéis robado con el corazón».
-A menos de la mitad pararé, si Dios fuere servido -respondió Sancho-. «Y así, digo que, llegando el tal labrador a casa del dicho hidalgo convidador, que buen poso haya su ánima, que ya es muerto, y por más señas dicen que hizo una muerte de un ángel, que yo no me hallé presente, que había ido por aquel tiempo a segar a Tembleque...»
¡Válgate Dios por sueño, Florela! exclamó doña Guiomar toda encendida y confusa, por las imaginaciones en que a causa de su sueño podía dar su criada; ¿y para qué había yo de haberte mandado que detrás de las cortinas te sentaras, sino para que fueras testimonio a ti misma de lo honesto de mi conversación con ese hidalgo?
Díctese una ley, no ya aquí, sino en España y verá usted como se estudia el medio de trampearla, y es que los legisladores han olvidado el hecho de que cuanto más se esconde un objeto más se le desea ver. ¿Por qué la picardía y la listura se consideran grandes cualidades en el pueblo español cuando no hay otro como él tan noble, tan altivo y tan hidalgo? ¡Porque nuestros legisladores, con la mejor intencion, han dudado de su nobleza, herido su altivez y desafiado su hidalguía! ¿Quiere usted abrir en España un camino en medio de rocas?
Palabra del Dia
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