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La señorita de Delgado siguió de esta manera: Si recuerdo en la noche solitaria el nombre de la prenda de mi amor, se presenta hechicera a mi memoria la imagen de su rostro encantador: y eres, esperanza, quien me anuncia que amante corresponde a mi pasión, y sólo tu dulzura es quien mitiga mi tormento cruel y mi aflicción.

7 ni oprimiere a ninguno; al deudor tornare su prenda, no cometiere robo, diere de su pan al hambriento, y cubriere al desnudo con vestido, 10 Mas si engendrare hijo ladrón, derramador de sangre, o que haga alguna cosa de éstas, 11 Y que no haga las otras; antes comiere sobre los montes, o violare la mujer de su prójimo,

No dejó de tocar a ninguna puerta tras de la cual pudieran esconderse la vergüenza perdida o la perdición vergonzosa. Sus explicaciones parecían lo que no eran por el ardor con que las practicaba y el carácter humanitario de que las revestía. Parecía un padre, un hermano que desalado busca a la prenda querida que ha caído en los dédalos tenebrosos del vicio.

Quizá había caído alguna prenda de vestir en la chimenea: algún calcetín, algún pañuelo... El tío Frasquito saltó fuera de la cama y corrió allí muy alarmado... ¡Tampoco!... El fuego ardía en la chimenea moderadamente, y la espesa grille metálica que la cerraba no permitía el paso a ninguna brasa. ¡Cosa más singularr!...

¡Cómprela usted... por Dios! dijo Milagros a su amiga de un modo tan insinuante que los dependientes y el mismo Sobrino no pudieron menos de apoyar un concepto tan juicioso. ¿Por qué ha de privarse de una prenda que le cae tan bien?

D. Carlos, después de anotar, gozando mucho en ello, la cantidad desembolsada, despidió a Benina con un gesto, y mudándose de capa y encasquetándose el sombrero nuevo, prenda que no salía de la caja sino en días solemnes, se dispuso a salir y emprender con voluntad segura y firme pie las devociones de aquel día, que empezaban en Montserrat y terminaban en la Sacramental de San Justo.

En una mano traía el sombrero que era un claque del año en que esta prenda se inventó, el primogénito de los claques sin género de duda, y en la otra un lío de carteras-prospectos para hacer suscriciones a libros de lujo, las cuales estaban tan sobadas, que la mugre no permitía ver los dorados de la pasta.

Pero estamos perdiendo el tiempo; decid de lo que queráis... pero es necesario que don Francisco no salga de Madrid. ¡Cómo! ¿quiere irse? A Nápoles. ¡A Nápoles! En Nápoles, al lado del duque de Osuna, puede haceros mucho daño. Pues no ... Prendedle. ¡Que le prenda! por cierto. ¿Para que ... esto es... para que tengas ocasión de obligarle á ser agradecido?

¿Qué había pasado en la habitación donde se encontraban los rivales de tapete? Don Fernando perdía una gran suma, y no teniendo ya prenda que jugar, se acordó del espléndido anillo de su esposa. La desgracia es inexorable. La valiosa alhaja lucía pocos minutos más tarde en el dedo anular del ganancioso marqués. Don Fernando se estremeció de vergüenza y remordimiento.

Era una prueba, no sabía de qué, pero adivinaba que sin saber ella cómo ni cuándo, aquella prenda podía llegar a valer mucho. «¿Y qué probaba aquel guante respecto a la santidad de la señora? Que era una hipócrita. ¡Si no fuera por el Magistral!». Los Vegallana y sus amigos estaban asustados.