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Era un aristócrata. Generalmente el salón de baile se enseñaba a los forasteros con orgullo; lo demás se confesaba que valía poco. Los dependientes de la casa vestían un uniforme parecido al de la policía urbana. El forastero que llamaba a un mozo de servicio podía creer, por la falta de costumbre, que venían a prenderle. Solían tener los camareros muy mala educación, también heredada.

Casi había perdido la cuenta de las veces que le declararon el acta limpia en el caprichoso vaivén de la política española, que da a los parlamentos una vida fugaz. Los ujieres, el personal de secretaría, todos los dependientes de la casa le miraban con respetuosa confianza, como un compañero superior, unido cual ellos para siempre a la vida del Congreso.

Los dependientes de la puerta y un caballero que cruzaba a la sazón y se había detenido al oír la disputa acudieron a levantarle. Mientras esta operación se realizaba Nanín pálido y con los ojos extraviados parecía decidido a repetir la suerte. Tristán por su parte, una vez en pie, también quiso arrojarse sobre él. Ambas cosas fueron impedidas por los porteros y el caballero que les auxiliaba.

Por eso, y porque ansiaba retirarse y descansar, traspasó su establecimiento a los Chicos que habían sido deudos y dependientes suyos durante veinte años. Ambos eran trabajadores y muy inteligentes. Alternaban en sus viajes al extranjero para buscar y traer las novedades, alma del tráfico de telas.

Aún no se conocían el sello de correo, ni los sobres ni otras conquistas del citado progreso. Pero ya los dependientes habían empezado a sacudirse las cadenas; ya no eran aquellos parias del tiempo de D. Baldomero I, a quienes no se permitía salir sino los domingos y en comunidad, y cuyo vestido se confeccionaba por un patrón único, para que resultasen uniformados como colegiales o presidiarios.

De manera que el personal del establecimiento consta del jefe, de tres contralores, cuatro señoras oficinistas, diez cocineras, veinticinco criados y multitud de dependientes, hasta el número de ciento diez individuos.

¡Qué quieres, hombre! dijo algo amoscado por haberse enterado los dependientes de la filípica ; no todos somos duques ni se nos enredan los millones en los pies. ¡Qué millones! ¿Se necesitan millones para tener un despacho limpio y confortable? Lo que debes confesar es que te duele gastar una peseta en adecentarle. Te lo he dicho muchas veces, Julián; eres un pobre y toda la vida lo serás.

Por último, los dependientes, que frecuentaban el estanco, habían puesto a Cristeta al corriente de quiénes eran los autores de las más de las obras que tenía leídas: así que la chica, merced a lo céntrico del sitio y a la mucha gente que allí entraba, llegó a conocer de vista y por sus nombres a casi todos los actores y poetas dramáticos y cómicos de Madrid.

De corta en corta distancia adornan é interrumpen el camino elegantes estaciones de forma graciosa y moderna, donde se sirven con el mismo lujo que en los mas afamados hoteles, comidas y almuerzos. Los numerosos dependientes que por toda la línea llenan el servicio, pregonan en alta voz á la llegada de los trenes, los nombres de las estaciones.

Y aquí salta una observación, que merece ser expresada, es a saber: que casi ninguno de los hombres que han influido poderosamente sobre sus semejantes o han dado impulso y dirección al progreso dispusieron de grandes bienes de fortuna. Después de traspasar la tienda al primero y único de sus dependientes, sólo poseía en valores del Estado una renta de ocho a diez mil pesetas.