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La mala lengua heredada, es cierto dijo Ojeda . El individualismo orgulloso del español, que se cree defraudado por ser de su país y habla contra él a todas horas, convencido de que al nacer en otra tierra hubiese sido mucho más grande.

Se le calculaba una fortuna de más de cien mil duros, y sin embargo vivía como un hurón en la gran casa heredada de su padre, sin otra compañía que una vieja criada, y arrastrando su fastidio por los talleres abandonados, que parecían cementerios. Tenía manías, y la más principal era combatir la debilidad de la vejez con un régimen de continua actividad.

Al saberlo Amaury, creyó atinar con la causa de aquella sistemática oposición que a su amor había hecho el padre de Magdalena; pensó que quizás esperaba proporcionarle a ésta un esposo, si no más rico que él, por lo menos en situación más brillante que la suya; que ocupase un puesto conquistado por sus méritos en lugar de una posición heredada de sus padres.

En verdad que aquel testamento no podía ser más breve, porque después de la profesión de la fe y de las fórmulas de derecho, en esta sola cláusula se contenía: »Es mi libre voluntad y firme determinación, dejar heredada en todos mis bienes inmuebles, dinero, joyas y ropas, y de todo lo que poseo, a mi amiga, que tal como a mi hermana amo, doña Margarita de Ledesma

La marquesa viuda de Montefrío, prendada de las virtudes de D. Jacinto, y después de oír los consejos e informes del Padre Atanasio, su confesor, había decidido tomar a don Jacinto para yerno, casándole con su hija, la marquesita, heredada ya y señora de una renta anual de más de veinte mil ducados.

Demasiado... y toda esa locura que le ha perdido, era heredada de su padre. ¡El difunto señor de Freneuse era terrible! Usted le ha conocido en sus últimos años. ¡Ah! señor, se puede decir que la pobre señora no ha tenido grandes atractivos en la vida. Si la señorita María, que es una santa, no la hubiera compensado con su dulzura y su amabilidad, la señora hubiera sido una verdadera mártir.

Albert murió el 55, dejando una gran fortuna, que heredó su hija casada con el sucesor de Muñoz, el de la inmemorial ferretería de la calle de Tintoreros. En el reinado de D. Baldomero II, las prácticas y procedimientos comerciales se apartaron muy poco de la rutina heredada.

Los autos voluminosos se cubrían de polvo en la mesa, y don Esteban había de preocuparse de las fechas, para que el abogado no dejase pasar los términos del procedimiento. Su hijo, su Ulises, sería otro hombre. Le veía gran civilista, como su padrino, pero con una actividad positiva heredada del padre. La fortuna entraría por sus puertas como una ola de papel sellado.

La docta pagana no puede comprender la significación de esas palabras, y vacila entre su adhesión á la creencia heredada de sus padres, y el impulso misterioso de su corazón, que la induce á desear otra más profunda y verdadera.

Ahora se había enamorado con entusiasmos de jovenzuelo de una dama elegante y hermosa, de una extranjera que le hacía olvidar sus negocios, abandonar su barco y permanecer lejos, como si renunciase á su familia para siempre... Y el pobre Esteban, huérfano por el olvido de su padre, iba en busca de él con la impetuosidad aventurera heredada de sus ascendientes, y la muerte, una muerte horrible, le salía al encuentro en su camino.