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Bajó del pescante de un salto la gentil Marquesita, y poco a poco fueron disgregándose del amontonamiento de carne que llenaba el interior todos los del séquito. El señorito abandonó las riendas a Zarandilla, después de hacerle varias recomendaciones para que cuidase bien el ganado. Rafael avanzó quitándose el sombrero. ¿Eres , buen mozo? dijo la Marquesita con desenvoltura.

Con su cabeza de chorlito, es la más buena de la familia. ¡Y don Pablo que se muestra tan orgulloso de la nobleza de su madre!... Esta y su hermana son de las que nos consuelan haciendo acabar en punta los linajes orgullosos... Continuó su marcha Montenegro, entre las miradas de asombro o las sonrisas maliciosas de los que habían presenciado su conversación con la Marquesita.

En el Círculo Caballista, reían los señoritos al comentar las hazañas de aquella pareja. ¡Pero qué buena sombra tenía Luis! ¡Qué gran mujer la Marquesita!...

Esto prueba que puede la persona honrada y piadosa servir a Dios en cualquier estado. Así lo entendió don Jacinto. Respetables individuos de su familia y de la familia de la marquesita concertaron la boda de ambos.

Pudiera ser marquesa y no lo soy ni quiero serlo, porque es ridículo el título sin las rentas convenientes. Aquí, donde todos me conocen, soy la señorita doña Luz, la marquesita que conserva aún su casa solariega, y que se ha ganado la estimación y el respeto, porque nadie ignora su vida desde hace doce años.

Y tan borracha como los otros, apoyando su cabeza rubia en una mano, la Marquesita le contemplaba con los ojos entornados; unos ojos azules, cándidos, que parecían no manchados jamás por la nube de un pensamiento impuro.

Las muchachas contemplaban con asombro a la Marquesita y sus dos acompañantas, admirando sus pañolones floreados de la China, sus relucientes peinados. Los hombres se encogían modestamente ante el señorito, que les ofrecía una copa, mientras sus ojos se iban tras la botella que tenía en las manos. Después de hipócritas negativas, bebieron todos.

El anciano seguía bailando como una caricatura femenil entre las lúbricas excitaciones que le dirigía la Marquesita. ¡San Patrisio!... ¡Que la puerta se sale del quisio!

En suma, don Jacinto se casó con la marquesita y de pobre hidalgo que era se transformó en rico señor titulado; pero en cierto modo pudo seguir llamándose pobre de espíritu, porque poseyó la riqueza como si no la poseyese; cuidó de los bienes cuantiosos de su mujer, más como celoso administrador que como propietario y dueño de ellos; y a su muerte, que no fue tardía, porque murió a los trece años después de la boda, había acrecentado de tal manera el caudal de la casa con su tino y su economía, que de la parte de gananciales que a él tocaba pudo dejar y dejó cerca de tres mil ducados de renta a cada uno de sus cuatro hijos.

No se me había ocurrido aún que pudiera casarme con él, pero pensaba con gusto en que podía ser la dama por la cual ese caballero descendía a la arena. ¡Y si supiera qué placer de otro género, no experimentado aún, sentí cuando me envió aquella tarjeta en que se titulaba en broma: Proveedor de Su Gracia la Marquesita Florencia.