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-Y yo, señoras, quiero más una mujer limpia en cueros que una judía poderosa, que por bondad de Dios, mi mayorazgo vale al pie de cuatro mil ducados de renta, y si salgo con un pleito que traigo en buenos puntos, no habré menester nada. Saltó tan presto la tía: ¡Ay, señor, y cómo le quiero bien!

Vistióse don Juan los vestidos de camino que allí había traído la gitana; volviéronse las prisiones y cadenas de hierro en libertad y cadenas de oro; la tristeza de los gitanos presos, en alegría, pues otro día los dieron en fiado. Recibió el tío del muerto la promesa de dos mil ducados, que le hicieron porque bajase de la querella y perdonase a don Juan.

Paréceme que se les podrían dar de aquí adelante 80 ducados, que es al respeto que van moderados los demás.

Echó una pierna, levantóse; tratamos largo en mis cosas, y tuve harto trabajo por ser hombre tan borracho y rústico. Al fin lo reduje a que me diese noticia de parte de mi hacienda aunque no de toda , y así, me la dio de unos trecientos ducados que mi buen padre había ganado por sus puños y dejádolos en confianza de una buena mujer, a cuya sombra se hurtaba diez leguas a la redonda.

Mandole llevar su casa a Madrid y despachó su título el último día de Octubre de 1623 con veinte ducados de salario al mes, y sus obras pagadas, y con esto, médico y botica: otra vez, por mandado de S. M., y estando enfermo, envió el Conde-Duque el mismo médico del Rey para que lo visitase.

Fabricio, si eres rico, mira bien el caudal que aquí poseo; y luego te suplico que me digas quién gana en este empleo; que yo con mi pobreza soy mas rico que con riqueza. ¿Tienes muchos criados? pues no te envidio sin tener ninguno. ¿Tienes muchos ducados? pues en mi choza no hallarás ni uno, ¿Tienes quietud? Ninguna. Pues búrlome por Dios de tu fortuna.

Arco hubo en esa fiesta cuyo valor se estimó en más de doscientos mil pesos, tal era la profusión de alhajas y piezas de oro y plata que lo adornaban. La calle de Mercaderes lució por pavimento barras de plata, que representaban más de dos millones de ducados. ¡Viva el lujo y quien lo trujo!

Tambien cedió tres mil ducados que debia dar su antecesor para las obras del palacio y posesiones propias de la dignidad.

Poco á poco: el sombrero necesita una toca rica; una toca por lo menos de oro á martillo; el jubón necesita herretes; las cuchilladas piedras ó perlas, y luego espada. Todo eso lo tengo dijo don Juan, descubriendo el resto de su tesoro y abriendo los estuches. ¡Misericordia de Dios! ¿sabéis lo que tenéis aquí, señor? Pienso que es mucho. Esta pedrería vale lo menos dos millones de ducados.

¿No ve vuestra merced contestó el pintor, que las demás están en el templo y por eso no se ven? Pero... ¡Ah! pues entonces concluyó el aficionado, tome vuestra merced por hoy esos cien ducados que corresponden a las que han salido, y con respecto a las demás yo se las iré pagando a vuestra merced conforme vayan saliendo.