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Conquistada Antequera , "el Infante puso por alcayde en el castillo e la villa a Rodrigo de Narbaez, su doncel, que había criado desde niño en su cámara, y era caballero mancebo esforzado, e de buen seso e buenas costumbres, y era hijo de Fernán Ruiz de Narbaez, que fué buen caballero y sobrino del Obispo de Jaén; e mandóle que tuviese en la fortaleza veinte hombres d'armas tales quales él entendiese que convenía para la guerra e guarda."

En esto, alzó los ojos y vio que su amo estaba parado, procurando con la punta del lanzón alzar no qué bulto que estaba caído en el suelo, por lo cual se dio priesa a llegar a ayudarle si fuese menester; y cuando llegó fue a tiempo que alzaba con la punta del lanzón un cojín y una maleta asida a él, medio podridos, o podridos del todo, y deshechos; mas, pesaba tanto, que fue necesario que Sancho se apease a tomarlos, y mandóle su amo que viese lo que en la maleta venía.

Y siendo allí puesto, hizo traer un brasero de oro, y siendo encendido en él fuego, mandóle poner delante del ídolo, en el cual fuego y brasero hizo echar ciertos pajaricos y ciertos granos de maíz, y derramar en el tal fuego cierta chicha; todo lo cual dijo que comia el sol, é que haciendo aquello, le daba de comer; y de allí adelante se tuvo aquella costumbre ordinariamente; lo cual hacia aquel mayordomo dél, ansí como si fuera persona que comiera y bebiera; ansí se tenia especial cuidado de le guisar de comer diversas comidas y maneras de manjares, y ansí las quemaban delante, á la tarde y á la mañana en braseros de oro y plata, en la manera que ya habeis oido.

Mandóle luego Andronico, que navegando la vuelta de la Asia, procurase juntar sus fuerzas con las de Roger; y así con mucha brevedad llegó al Jio, adonde halló á Fernando Aones de partida, y juntos llegaron á Ania, de donde avisaron á Roger don dos caballos ligeros de la venida de Rocafort con los suyos.

Mandóle á llamar el obispo secretamente: acudió, diligente, y habiendo considerado despacio la obra en presencia del venerable prelado, presentóse en la junta de alarifes y maestros del arte, ya congregados, y les dió á entender cómo se podia proseguir y llevar á término el grande edificio.

Mandóle luego al Emperador llamar, y le envió coches y caballos para que entrase con mucha autoridad y honra, pero Berenguer ni quiso salir de los navíos, ni obedecer, pidiendo que el Emperador le enviase en rehenes á su hijo el Déspota Juan. Pareció esto mal así al Emperador, como á todos, pues no se fiaba de su palabra y juramento; y así le dejó muchos dias en los navíos.

Mandóle entonces abrir de par en par las dobles puertas de ambas ventanas, y la luz entró a torrentes y el aire fresco a raudales, juguetón como un niño, acariciando los blancos cabellos del enfermo, trayéndole, como un nietecillo cariñoso sus presentes, el olor a búcaro de la tierra cubierta de rocío, el sano perfume de las montañas, el alegre trinar de los pájaros, el solemne acento de la campana de la iglesia, que parecía repetir en su oído como una amorosa voz de lo alto: ¡Ven! ¡Ven!... ¡Qué necios temores los suyos! ¡Qué espantos tan ridículos los de la noche! ¡Morir! ¿Quién piensa en morir cuando nace el día, y sube el sol por el azul de un cielo tan bello, y se divisan a lo lejos las montañas verdes, floridas, doradas por resplandores tan alegres y risueños?...

Mandole también en otra ocasión que cuando soltase alguna palabra obscena, besase inmediatamente la tierra: esta la cumplió, con no poca risa y algazara de los compañeros, pues cuando se hallaba más embebecido en el juego y se le escapaba cualquier palabra de aquéllas, se bajaba rápidamente a dar un beso en el suelo; mas él no se ruborizaba y llegó a tomarlo a risa como ellos.

Bien se le conocía a Salvador la emoción que sentía al verse delante del guerrillero, y este, que no esperaba hallar en el semblante de su mortal enemigo otra cosa que desconfianza y altanería, se sorprendió al mirarle cohibido y algo acobardado, mas no sospechó la razón de esta mudanza. Mandole sentar y un buen rato estuvieron los dos mirándose, sin que ninguno se decidiera a hablar el primero.

Hablé como reyna, pero fuí tratada como una moza de cántaro: el Hircano, sin dignarse siquiera de responderme, le dixo á su eunuco negro que yo era mal hablada, pero que le parecia linda. Mandóle que me cuidase y me diera el trato que á las que estaban en su privanza, para que me volviesen los colores, y fuese mas digna de sus caricias el dia que le pareciese oportuno honrarme con ellas.