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Actualizado: 16 de julio de 2025


Una tarde de otoño, después de admitir una copa de cumín que su padre quiso que bebiera detrás del café, Anita salió sola, con el proyecto de empezar a escribir un libro, allá arriba, en la hondonada de los pinos que ella conocía bien; era una obra que días antes había imaginado, una colección de poesías «A la Virgen».

Pero hizo propósito, si el niño se curaba, de llevarle á una dehesa á que bebiera leche á pasto y respirase aires puros. Los aires puros, bien lo decía Bailón, eran cosa muy buena. ¡Ah! los malditos miasmas tenían la culpa de lo que estaba pasando. Tanta rabia sintió D. Francisco, que si coge un miasma en aquel momento lo parte por el eje.

¿Habría zalamera semejante? ¡Enfadarse Leto por tan poca cosa, cuando sería capaz!... Pidiérale ella que bebiera hieles para quitarla una pesadumbre, y hieles bebería él tan contento, y rescoldo desleído. No se atrevió a decírselo tan claro; pero como lo sentía, algo la dijo que sonaba a ello y le valió el regalo de una mirada que valía otra zambullida.

Y siendo allí puesto, hizo traer un brasero de oro, y siendo encendido en él fuego, mandóle poner delante del ídolo, en el cual fuego y brasero hizo echar ciertos pajaricos y ciertos granos de maíz, y derramar en el tal fuego cierta chicha; todo lo cual dijo que comia el sol, é que haciendo aquello, le daba de comer; y de allí adelante se tuvo aquella costumbre ordinariamente; lo cual hacia aquel mayordomo dél, ansí como si fuera persona que comiera y bebiera; ansí se tenia especial cuidado de le guisar de comer diversas comidas y maneras de manjares, y ansí las quemaban delante, á la tarde y á la mañana en braseros de oro y plata, en la manera que ya habeis oido.

Yo le he visto en días de pontifical, con la mitra puesta, mirarnos a todos con tales ojos, que le faltaba muy poco para soltar el báculo y emprendernos a bofetadas. Lo que dice la tía: ¡si no bebiera...! Entonces son ciertas las murmuraciones del cabildo. Emborracharse, no señor. A cada cual lo suyo: una copita ahora y otra después, y una tercera si le visita un amigo y hay que obsequiarlo.

...y cuando venga la familia podrá ganar un sueldito ayudando en la casa. ¡Bueno, que si Anastasio no bebiera!... porque todo es la bebida, señor... La bebida o lo que sea... usted no debe dejarse maltratar. Si hasta ha querido llegar a matarme... dijo Ramona derramando algunas lágrimas. Ya ve, pues, no, es preciso que usted abandone a este hombre que, al fin y al cabo, ¿qué le da?...

Tampoco querrás beber dijo el atorrante, no hay vaso y somos muy delicados; pues así es la mejor manera de apreciar el vino, ¿me creerás? he pasado tres días sin probar gota, porque a Nanita le había prometido no emborracharme, y siempre caía en falta: con el vicio no se puede luchar, hijo; cuando no tomaba, me dolía la cabeza, no dormía bien... en fin, para el vino, es como el riego para una planta: me secaría y quedaría en los huesos, si no bebiera.

Supe con asombro que no había en el lugar más que una taberna, y ésa de la propiedad del Ayuntamiento, que vendía el vino casi con receta y para que cada consumidor lo bebiera en su casa; de donde resultaba, por la fuerza de la costumbre, que era muy mal mirado el hombre que mostraba instintos «taberneros», y mucho peor el que se dejaba arrastrar de ellos, aunque fuera pocas veces.

Su Alteza el duque de Estrelsau me ordenó presentar este frasco al Rey cuando hubiese gustado ya otros vinos menos añejos, y suplicarle que lo bebiera en prenda del cariño que le profesa su hermano. ¡Bravo, Miguel! exclamó el Rey. ¡Destápalo pronto, José! ¿Pues qué se ha creído mi caro hermano? ¿Que me iba a asustar una botella más? Destapado el frasco, José llenó el vaso del Rey.

A todo esto, el invierno se había acabado; los salones se cerraban; las tertulias se deshacían; en el Real había terminado su temporada la compañía de celebridades italianas, cuyos gorgoritos había pagado la gente rica con sumas increíbles, y las que querían aparentar que también lo eran, con el fondo del baúl, las rebañaduras de la despensa y con algo más sagrado que no se recobra jamás una vez que se ha vendido; y «el mundo elegante», sin salones, sin tertulias y sin Real, dispersábase errabundo y como desorientado, a tomar el sol, como los simples mortales, por las encrucijadas del Retiro y los amplios arrecifes del Prado y de la Fuente Castellana; paréntesis de hastío en la alegre vida de las gentonas pudientes, que sólo había de durar el tiempo preciso para que el calorcillo primaveral templara el ambiente serrano y se bebiera las charcas del camino por donde habían de ir desfilando aquéllas en busca de sus costosas, pero entonadas, residencias de verano.

Palabra del Dia

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