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Había imaginado en ella tal ideal de adorable bondad, de ingenua ternura, de sencillez y de rectitud, que, despojado de ese ideal, me encuentro como aplastado en el suelo, como caído de un campanario, aturdido, quebrantado, incapaz de remontar el vuelo hacia las alturas y condenado a arrastrar mis miembros dislocados y mi espinazo roto por el polvo nauseabundo de la vida vulgar.

¡Hija del alma! dijo el Barón con tan profundo acento y con tantas apariencias de estar convencido, que sin duda empezó desde aquel punto a dar por cierto y por evidente lo que de improviso había imaginado.

Lo que es probable, casi seguro, es que el Condesito te ha encontrado bella, airosa y elegante; ha imaginado que eres buena y que estás bien educada, en lo cual no se equivoca, y te admira y le atraen hacia ti curiosidad, simpatía y otros vagos deseos y pensamientos. Te concedo, además, que el Condesito, con su petulancia, que es mucha, se promete triunfos y victorias que no te hacen favor.

Nunca me había imaginado esto, pero, ha sucedido y debemos remediarlo con algo más positivo que con lamentaciones y amenazas: déjate de tiros y de Penitenciaría. ¡Qué horror! ¡Había de permitir la Virgen de Luján que fueras tratado como un criminal empedernido!

Para calmarse trató de resolver la manera cómo debería conducirse con Juan; pero en vano se esforzaba en seguir el curso de sus reflexiones; su pensamiento volvía con desesperante obstinación sobre su extraordinario descubrimiento. ¿Podía nunca haberse imaginado que aquel Juan que conocía voluntarioso y brusco fuese capaz de amar con una reserva tan llena de desesperación? ¡Cuánta razón había tenido para alejarse!

Recién oída por la confesión de Facia, me había imaginado este cuadro mucho más sencillo.

Los estampaba en forma de lista con anotaciones; les asignaba una edad, señalaba los rasgos fisonómicos de cada uno, su carácter, alguna originalidad, una rareza, algo ridículo. Era el personal imaginado para los dramas o las comedias. Escribía muy de prisa, con una caligrafía simétrica, muy clara, y parecía dictarse los escritos a media voz.

Vió los hombres y las cosas á través de una atmósfera fantástica que rugía, destruyéndolo todo con la violencia cortante de sus ondulaciones. Había quedado inmóvil por el terror, y sin embargo no tenía miedo. El se había imaginado hasta entonces el miedo en distinta forma. Sentía en el estómago un vacío angustioso.

»Carlos, por su parte, mostrábase tranquilo y lleno de esperanza en los medios que había imaginado y sobre los cuales guardaba el más profundo silencio. »Pero, transcurridos algunos días, toda la confianza de que había hecho alarde le había abandonado; taciturno y silencioso, era presa de una sombría desesperación.

Digo que es usted el mismo demonio o tiene algún mágico encantador que lo inspire tan admirables cosas-respondí confuso ante la donosa invención de D. Marcos, que me parecía en aquel momento superior cuantos, entre antiguos y modernos, habían imaginado las más sutiles trazas de novela.