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Actualizado: 28 de mayo de 2025


Tomado, pues, este apuntamiento, y habiendo imaginado el duque lo que había de hacer en el caso, las enlutadas se fueron, y ordenó la duquesa que de allí adelante no las tratasen como a sus criadas, sino como a señoras aventureras que venían a pedir justicia a su casa; y así, les dieron cuarto aparte y las sirvieron como a forasteras, no sin espanto de las demás criadas, que no sabían en qué había de parar la sandez y desenvoltura de doña Rodríguez y de su malandante hija.

Matar el aburrimiento. Quien fuera capaz de hacerle ese servicio a la humanidad sería el verdadero destructor de monstruos. Lo vulgar y lo fastidioso, toda la mitología de los paganos groseros no ha imaginado nada más sutil ni más espantoso.

En la primera época de su vida Ester se había imaginado, aunque en vano, que ella misma podría ser la profetisa escogida por el destino para semejante obra; pero desde hace tiempo había reconocido la imposibilidad de que la misión de dar á conocer una verdad tan divina y misteriosa, se confiara á una mujer manchada con la culpa, humillada con la vergüenza de esa culpa, ó abrumada con un dolor de toda la vida.

Los pretendientes cayeron sobre Cristeta como moscas sobre pastel fresco; mas por ninguna de aquellas conquistas se sintió halagada. Cuantos hombres se le acercaban traían imaginado que era cosa de llegar y besar el santo, con tal de echar antes alguna limosna en el cepillo.

Allí quería ver él á ciertas gentes que sólo aspiraban la poesía en el polvo de lo antiguo, negando toda sensación artística á los descubrimientos modernos. Ningún poeta había dado una impresión de grandeza como la que se experimentaba ante aquel invento industrial. El infierno imaginado por el vate florentino resultaba un juego de chicuelos.

Se había imaginado que una mirada, siquiera rápida, tenía que cambiarse entre los dos.

Ella se había imaginado el lujo de otra manera: grandes y ostentosas sillerías, muebles monumentales, y aquí apenas encontraba donde sentarse. Sólo veía divanes bajos y cojines en el suelo. Los muebles eran de aspecto tan frágil, que no osaba tocarlos; los colores de paredes y cortinas, tan raros y complicados, que daban el vértigo á sus ojos.

Me dijo que estaba concertada la boda de la condesita del Padul con un primo suyo, el duque de Malagón. ¿Y Villa? le pregunté, sorprendido. Joaquinita me dirigió una larga mirada burlona. Pero ¿usted se ha imaginado que Isabelita le trae al retortero para casarse con él? No lo ..., pero creía que le profesaba algún cariño. Atienda usted al cariño...

Le tomé del brazo y llevándole a parte le dije: Comandante ¿Pablo se va a Rusia? , su viaje está decidido. He pensado... si quisierais que... En fin, sería mejor... Sin duda alguna, la cosa era mucho más difícil de decir que lo que yo me había imaginado. Mi altivez ponía obstáculos y me aconsejaba callar. ¿Y qué, hijita? Habla pronto, mira que me hielo aquí.

Aunque ordinariamente dueño de mismo, Delaberge no supo disimular una viva expresión de sorpresa. En lugar de la vieja pleiteante que se había imaginado, veía ante a una mujer joven, de unos veintiséis años, esbelta, fresca, amable, con unos sonrientes ojos oscuros que ya desde el primer momento le gustaron de un modo infinito. Algo aturdido, Delaberge saludó.

Palabra del Dia

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