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Afirmaba tener los brazos negros de los pellizcos que la infligía en cuanto se tocaba la cuestión del convento. Un día mostró a su confesor una oreja rota, de un tirón del feroz jorobado; otro, llegó con una mejilla inflamada y renegrida por haberle tirado un cepillo a la cara. El P. Gil estaba horrorizado y confundido. No sabía qué hacer ni aconsejar.

En torno de la mesa brillaban dos filas de esferas craneales sonrosadas ó morenas. Las orejas sobresalían grotescamente; las mandíbulas se marcaban con el óseo relieve del enflaquecimiento. Algunos habían conservado el mostacho enhiesto, á la moda del emperador; los más iban afeitados ó con bigotes cortos en forma de cepillo.

MODO DE LIMPIAR LA PLATA. Lo más corriente es limpiarla con agua jabonosa; pero siquiera un vez por semana debe limpiarse con una papilla hecha con agua y bicarbonato; cuando las bandejas, fuentes, y, en general, la vajilla de plata está muy sucia, se le pasa un paño, cepillo o brocha mojada en amoniato líquido de veintidós grados; se frota después ligeramente con una franela o gamuza y quedará muy limpia y brillante.

Los pretendientes cayeron sobre Cristeta como moscas sobre pastel fresco; mas por ninguna de aquellas conquistas se sintió halagada. Cuantos hombres se le acercaban traían imaginado que era cosa de llegar y besar el santo, con tal de echar antes alguna limosna en el cepillo.

La tía Roma, por acuerdo de Quevedito, le daba friegas con un cepillo, rasca que te rasca, como si le estuviera sacando lustre. Valentín había espirado ya. Su hermana, que quieras que no, allá se fué, le dió mil besos, y, ayudada de las amigas, se dispuso á cumplir los últimos deberes con el pobre niño.

El caballejo, de una delgadez inverosímil, como si hubiera ayunado todo el invierno, parecía un fantasma de caballo tirando de un fantasma de coche y que hacía pensar en los versos de Scarron: Se ve la sombra de un lacayo Cepillar la sombra de una carroza Con la sombra de cepillo.

Cuando los molineros y los deshollinadores quieren ser buenos, sucede siempre una desgracia; dice Juan bromeando con expresión cohibida. Y pretende sacar a la joven el cepillo de las manos. Por favor, déjeme usted dice ella defendiéndose y ocultando vivamente el cepillo debajo del delantal. Martín golpea en el banco con el puño. ¿Déjeme usted?... ¡Cómo! ¿No os tuteáis todavía?

Juan guarda silencio, y Gertrudis le pasa fuertemente el cepillo por la espalda. Apuesto cualquier cosa a que todavía no os habéis besado. Gertrudis deja caer de pronto el cepillo. Juan dice: «¡hum!» y se entrega afanosamente a la tarea de hacer girar a lo largo del cepillo de hierro que hay delante de la puerta una de las rosetas de sus espuelas. ¡Es preciso! ¡Vamos!

Kotelnikov tuvo palpitaciones, guardó cama durante dos días y muchas veces empezó a escribirle a su madre: «Querida mamá» escribía y su debilidad le impedía siempre terminar la carta. A los tres días, cuando llegó a la oficina, le dijeron que su excelencia el director quería verle. Se arregló con un cepillo el pelo y el bigote, y, lleno de terror, entró en el gabinete de su excelencia.

Y como la muchacha tardara en contestar, el cepillo salió disparado de las alturas y, rebotando contra los peldaños de la escalera, vino a caer en medio del patio. ¡Voy, niño, voy! dijo la india sin asustarse, como acostumbrada a aquella singular forma de llamamiento. A ver si te mueves, ¡china salvaje! chilló de nuevo la voz atiplada.