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Un apetitoso olor de guisado salía de la cocina abierta, donde una genovesa cerril movía espátulas y zarandeaba cacerolas, envuelta en el humo espeso del asado, que chirriaba sobre las parrillas; en las habitaciones altas, las del niño, se oía el chasquido del cepillo. ¡Pampa! chilló allá arriba una voz atiplada.

Tomó sus buchadas de elixir, desaparecióle por completo el dolor de muelas y púsose a limpiar la dentadura, frotándola con un cepillo de mango atornillado de plata, que producía al chocar contra el cristal o el mármol del lavabo sonidos metálicos.

Después se va dando a la madera frotando con el cepillo y luego con una bayeta a propósito. Aún cuando se pase la bayeta a diario, la pasta basta darla dos veces al mes. CREMA PARA EL CALZADO NEGRO. Se hace igual que la anterior, con la diferencia de las pastillas, que en lugar de ser de color han de ser negras.

Se deja caer sobre el banco tan pesadamente, que una nueva nube de polvo blanco se alza a su alrededor; levanta los ojos hacia Juan, se sonríe, y acaba por decir a Gertrudis: Ve a buscar un cepillo. Gertrudis lanza una risotada y se va cantando. Cuando vuelve, blandiendo en el aire el objeto pedido, el molinero le dice en tono de mando: ¡Cepíllalo!

Su rostro, de ingenua expresión, algo aniñado, sólo adquiría cierta respetabilidad viril gracias á un bigote rubio obscuro, recortado como un cepillo de dientes. Este exiguo bigote y la raya correcta que partía sus cabellos en dos masas idénticas y lustrosas eran los detalles más visibles de su fisonomía en momentos de tranquilidad.

Allí rezamos un Credo, postrados todos de hinojos; eché algunos cuartos en el cepillo del santuario, volví á montar sobre el macho, y con un «buen viaje» de todos y una mirada de mi señor padre que hizo brotar las lágrimas de mis ojos, partimos mis dos amigos y yo para Salamanca, adonde llegamos sanos y salvos, después de mil divertidos episodios, que tal vez le cuente en otra ocasión, á los diez y nueve días, ocho horas y catorce minutos.

Casi todas las calles de la Encimada eran estrechas, tortuosas, húmedas, sin sol; crecía en algunas la yerba; la limpieza de aquellas en que predominaba el vecindario noble o de tales pretensiones por lo menos, era triste, casi miserable, como la limpieza de las cocinas pobres de los hospicios; parecía que la escoba municipal y la escoba de la nobleza pulcra habían dejado en aquellas plazuelas y callejas las huellas que el cepillo deja en el paño raído.

El presidente del tribunal, un hombre pequeñito que habla con pretensión florida, recién afeitado y de piel sonrosada, con unos ojos brillantes y siempre inquietos; el secretario general de la prefectura, alto, de anchas espaldas, tieso siempre, como orgulloso de los triunfos que le valía su voz de barítono; el segundo inspector, moreno, de grandes cejas, con los bigotes como de cepillo, con los cabellos cortados según la ordenanza, presentaba el tipo completo del forestal a la manera antigua, feo como un jabalí y rugoso como un roble.

En la estancia "El Cepillo", al pie de la cordillera, en una noche oscura y tormentosa de invierno, se sintieron gritos de niño. Al día siguiente encontraron, en efecto, a un pobre niño extraviado, acurrucado en el hueco de un árbol viejo y muerto de frío.

El dueño del bar, un alemán gordo de piernas, cuadrado de cabeza, con pelos duros de cepillo y mostachos colgantes, respondía al apodo de Hindenburg. Sonrió el marino al pensar en la posibilidad de meter á Hindenburg debajo de su mostrador... Quería ver este establecimiento, donde muchas veces había sonado su nombre.