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Ya recomendaba en voz baja a Fortunata que no estuviese tan displicente con doña Silvia; ya corría al comedor a disponer la mesa; ya se liaba con Papitos y con Patricia, y parecía que a la vez estaba en la cocina, en la sala, en la despensa y en los pasillos. Creeríase que había en la casa tres o cuatro viudas de Jáuregui funcionando a un tiempo.

Hasta la primavera he jurado estar aquí y ya comienza a aletear sobre este suelo. Mire usted estos rosales; mire esos naranjos... ¡Ay! me da miedo la primavera; ha sido siempre para la estación fatal. Quedó pensativa algunos minutos. Doña Pepa y la italiana se habían metido en la casa. La buena vieja no podía pasar mucho tiempo lejos de la cocina.

Lo único que escaseaba allí eran la luz y el calor, porque la de las mechas del velón casi se perdía en el negro espacio antes de llegar a la mesa, y el chamuscón que yo me había dado en la cocina sólo me servía en el comedor para sentir doblemente la glacial temperatura de aquel páramo.

Á pesar de la predilección que sentía por aquella chiquilla, no pudo menos de reconocer que la pregunta era atrevida é indiscreta. ¡Pchs! Negocios... negocios de hombres murmuró sordamente. Anda, á decir en la cocina que me hagan el chocolate.

Esta tropa inumerable que pasa ahora mal concertada es de oficiales de boca, cocineros, mozos de cocina, botilleres, reposteros, despenseros, panaderos, veedores, y la demás canalla que toca a la bucólica.

Yo llevo este mal tan triste porque un gran frío me recorre el cuerpo, y me toca el fuego y no lo siento calentar mi carne muerta. En la noche no se ve nada y se ve una hoguera, y del cielo ninguna cosa baja a la tierra, si no es el agua y el fuego, que tienen una hermandad.... En la cocina resuenan los lloros del niño que mama en el pecho de Paula la Reina.

D.ª Robustiana se alejó en la oscuridad. El capitán se dirigió á tientas á uno de los rincones, tomó otro fusil y salió al portal. De allí penetró en la gran cocina de los jornaleros, abrió con sigilo la puerta de la huerta y entró en ella.

En las grandes fiestas del año, el muchacho salía del Hospicio para pasar el día en la casa de su protectora. Isidra refugiábase en la cocina con las criadas, trémula de emoción al ver a su hijo en el comedor, sentado junto a la señora y hablando con los amigos de ésta, todos personajes de imponente gravedad.

Ya columbraba la ventana de la cocina solariega y hasta llegaban á sus narices los aromas de los guisotes del ama de gobierno, cuando distinguió una miruella sobre la rama más alta de una higuera.

A este local se había trasladado la cocina del cortijo, que no bastaba para disponer el alimento de trescientos o cuatrocientos hombres.