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Actualizado: 25 de junio de 2025


¡Duerme! dijo con solemnidad el padre. ¡Silencio! exclamó la hija, con un dedo sobre los labios. Pero, ¿qué ha sido? ¡Pchs! Silencio. Se está mudando contestó Marta en voz baja, de esas que son silbidos, más molestos que los gritos. Reyes notó el olor de un antiespasmódico; olor de tormenta para los recuerdos de sus sentidos. También había cierto hedor nauseabundo.

Se encontraban en ella los mismos alegres compadres, que me recibieron con igual agasajo y cordialidad. Todos a un tiempo elevaron sus cañas, invitándome a beber. Uno de ellos me dijo: ¿Qué tal la morenita? La pregunta me turbó extremadamente en aquel momento. ¡Pchs!... No anda mal. Echamos un trago para no desairarlos y nos fuimos a sentar en un rincón.

Maltrana se excusaba, algo contrariado de que por esta vez no le fuese posible alardear de una amistad. Apenas se había fijado en ella: ¡pchs! ¡la mujer de aquel borrachín director de orquesta!... Era algo arisca; huía de la gente; apenas se trataba con las otras damas de la compañía. Vivía para su hijo, un pequeñín de cabeza enorme, siempre agarrado de su mano.

El prudente viejo le exigió entonces un recibo, firmado por el mismo jefe de orden público, en el cual habían de consignarse todos los papeles que se llevaba, y este era el documento que don Pablo presentaba a la condesa. ¿Hay algo importante? preguntóle Butrón en voz baja, leyendo la lista al mismo tiempo que Currita. ¡Pchs!... Nada contestó esta.

Pchs... un poco, pero no debe de ser tan gorda como ésta. ¿Que no? Anda, anda, pues se conoce que V. no la ha reparado bien.

El duque de Bringas estaba muy enfadado porque no le llenaba la partitura; aquello no era sino una ópera cómica francesa, convertida en ópera italiana; en cuanto a la Ortolani, ¡pchs!... no vocalizaba mal, pero ¡estaba tan flaca!... ¡Como si tuviera que cantar con los mofletes! exclamó María Valdivieso con muy buen sentido.

Está loco rematado dijo uno, al ver cómo se alejaba. O es demasiado discreto repuso otro. ¡Pchs!... Lo mismo da agregó el llamado Alberto. En fin, no importa... Pero dejemos a un lado el género triste; hay que convenir en que es muy poco agradable eso de tropezarse después de beber bien, con un novio que acaba de enviudar. ¿Asistirás al entierro? Creo que no podemos excusarnos observó Alberto.

No me diga usted que no. Yo no tengo ideas políticas aseveró Julián sosegadamente; y de pronto, como recordando, añadió: ¿Y no sería bien dar una vuelta a ver cómo lo pasa la señorita? ¡Pchs!... No hago por ahora gran falta allá, pero voy a ver. Que no se lleven la botella del ron, ¿eh? Hasta dentro de un instante.

¿Qué les parece de mi amigo Sanjurjo? preguntó después a los barbianes con cierta sorna . ¿Verdad que no tiene el vino bueno? ¡Pchs! No ha estao mal respondió uno, con la misma entonación de zumba, y sin mirarme. Observé que los barbianes cambiaron entre rápidas miradas burlonas, que me hicieron malísimo efecto.

Primo se rascó la oreja, rasgueó distraídamente la guitarra después, y, por último, dijo mirándome francamente a la cara: Yo que usté, cabayero, tomaría el olivo en er primer tren de la mañana. ¡Pchs! silbé yo, alzando los brazos con desdén. El guitarrista me dirigió una mirada donde creí ver mezcladas la lástima y la admiración. La animación, en tanto, iba creciendo entre los barbianes.

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