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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Se dejó caer en otro banco y el soldado transparente se detuvo, volviendo hacia ella un rostro sombrío, desesperadamente sombrío. No te pongas triste. ¡Si supieras cuán cansada estoy! Pero tu abuela no te abandonará nunca.... Alberto, espérame. ¡Allá voy, pequeño mío!
Hasta que cumplí los veinticinco años no supe que mi tío Alberto, un bravo militar que murió en Yucatán víctima del vómito, no era hermano de mi madre. Mis abuelos le recogieron no sé dónde; le dieron crianza, nombre y carrera, y todos le creían hermano de mis tías. Nadie me contó esa historia. Súpela casualmente.
Hay allí caras de reinas, de monjas, de doctores, de ascetas, de guerreros, de prelados, etc., todas ellas dibujadas con tal energía, gracia de estilo y nobleza de expresión, que Alberto Durero se honraría con llamarlas suyas.
Creyó contemplar el paisaje más hermoso de la tierra. ¡Qué interesantes las viejas fortificaciones! ¡Qué grande hombre Alberto de Mónaco al construir esta ruta asfaltada y solitaria, para que él marchase prendido por su boca á la boca de una mujer!...
Hay que ganarse la vida.... Además, ¿por qué no decirlo? desde que murió Alberto gusto de entrar en la taberna más que antes. Cada uno mata su pena como puede. Estoy en los setenta, y á esa edad, cuando hay que levantarse antes del alba para ir á los Mercados centrales á comprar el género, un vasito de vez en cuando es la mejor de las medicinas. ¿No lo cree usted así, señor comisario?...
La figura parecía dibujada por Alberto Durero, tenía el color del Veronés, la elegancia de Boticelli, era tan decorativa como si la hubiese dispuesto Tiépolo, y tan real como si en ella hubiese puesto mano Diego Velázquez. El deán creyó volverse loco de contento. «¡Qué artista, qué prodigio! pensaba. ¡Y qué ojo he tenido yo, porque sin mí nada de esto tendría la catedral!»
Doña Celestina, la matrona matriculada, que había venido por consejo de D. Venancio; el marido de la partera, D. Alberto, que también andaba por allí; Nepomuceno, Marta, Sebastián y hasta el campechano Minghetti, si bien este le miraba a ratos con ojos que parecían revelar cierto respeto y algo de pasmo.
Parece que no habiéndose convenido en el precio, Cárlos Alberto ofreció lo que pedian y la obtuvo, enriqueciendo de este modo su pais con una rara y preciosa coleccion. En el piso bajo del edificio, ocupan dos salones, estatuas, bustos, columnas y restos de templos, todo egipcio puro, con sus correspondientes jeroglíficos y sus ininteligibles inscripciones.
Alberto comprendió la indicación y dirigiéndose solamente a su adversario repitió la pregunta. ¡Pues no he de querer continuar! prorrumpió Felipe. Amaury me ha ultrajado y, a menos que no me dé amplias explicaciones, no cejaré en mi empeño. Pues bien, yo me lavo las manos contestó Alberto; he pretendido evitar el derramamiento de sangre; mas ante tal obstinación hay que bajar la cabeza.
Ahora hay esperanzas de fundar otro, con nombre de Nuestro Padre San Ignacio, hacia el Sur, en los Zamucos, que son más de mil doscientas almas, é inmediatamente los Ugaranós, que tienen la misma gente. Dichos Zamucos, ya vimos en el capítulo XIX cómo se alzaron y huyeron dando muerte al hermano Alberto Romero y á sus compañeros Chiquitos.
Palabra del Dia
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