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Vivimos en una sociedad hipócrita, triste y mal educada solía él decir a los jóvenes de Vetusta, que le querían mucho . Ustedes, por ejemplo, no saben bailar. Díganme, si no, ¿de dónde se sacan que puede ser buena crianza el coger a una señorita por la cintura y apretarla contra el pecho?

-Advierte, Sancho -respondió don Quijote-, que hay dos maneras de hermosura: una del alma y otra del cuerpo; la del alma campea y se muestra en el entendimiento, en la honestidad, en el buen proceder, en la liberalidad y en la buena crianza, y todas estas partes caben y pueden estar en un hombre feo; y cuando se pone la mira en esta hermosura, y no en la del cuerpo, suele nacer el amor con ímpetu y con ventajas.

También sería bueno hubiese en la capital un seminario para enseñar niñas a todas las labores propias de su sexo, y principalmente al gobierno de una casa y familia, a la crianza y educación de los hijos y demás correspondiente a las mujeres; y así a éstas como a los muchachos se deberían instruir con perfección en el idioma castellano, formando, para que todo se consiguiese y tuviera el debido efecto, una buena instrucción y poniéndolo todo a cargo de un director cual convenía.

Tengo que estar en todo. Si yo no tratara de enseñar a esta gente la buena crianza, vendría usted luego con el Santísimo y tendría que entrar pisando lodo, y cuanta inmundicia hay. ¿Y qué importa? observó Nones riendo. Claro que no importa; pero ¿por qué no hemos de tener limpieza y decoro delante del Señor, siquiera por estimación de nosotros mismos?

Le cayeron en gracia y le ganaron la voluntad el respetuoso acatamiento y la amistosa dulzura conque la cigüeña la miraba. Confesó, allá en sus adentros, que la cigüeña sabía tratar a las gentes como merecían, y que, naturalmente, estaba dotada de exquisita buena crianza, aunque por ser crianza no aprendida, más bien debiera llamarse soltura fina o refinado tacto de mundo.

La primera vez que Ballester vio a Izquierdo y a su docto amigo, no les dijo más que algunas palabras dictadas por la buena crianza; pero a la segunda se cruzó entre ellos tal tiroteo de cumplidos, ofrecimientos y franquezas, que no había de tardar la amistad en unirles a los tres con apretado lazo.

La conversación pasó de Maximiliano a las Samaniegas, mostrando Fortunata gran extrañeza de que Aurora no se acordase de ella. «Es una mala crianza, porque bien sabe dónde estoy, y desde su obrador aquí se viene en tres minutos.

No anda, se traslada; y no gesticula, no mira, no tose, no ríe, no vuelve la cabeza, aunque detrás de ella tiren cañonazos. ¡Por nada del mundo comería delante de gente!..... Esto último, sobre todo, le parece consecuencia precisa de su buena crianza y de su recato inexpugnable. ¡Y las hay realísimas mozas, y que se componen que da gusto!..... Pero es ver una imagen vestida.

Sea que opinasen que la buena crianza exige no consumir toda la ración del plato, o que el dueño de la casa dijera, agradeciendo el elogio que hicieran de las oleosas: aceituna, oro es una, dos son plata y la tercera mata, ello es que la conclusión de la coplilla daba en qué cavilar a muchos cristianos que, después de masticar la primera y segunda aceituna, no se atrevían con la última, que eso habría equivalido a suicidarse a sabiendas.

Sus protectoras ejercieron sobre él una vigilancia un poco impertinente a veces, otro poco humillante también, pero cariñosa siempre y bien intencionada. Entre todas, aunque tomando parte más principal D.ª Eloisa, le pagaron la crianza y el pupilaje en casa de un matrimonio artesano que habitaba en la Gusanera, cerca de la casa en que la desgraciada viuda vivía.