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No dándose por vencido, Ballester persistió en su idea: pero Guillermina hubo de machacar tanto, que al fin se la quitó de la cabeza. Segunda y sus dos compañeras de plazuela amortajaron a la infeliz señora de Rubín, y en tanto el farmacéutico se ocupaba con incansable actividad en los preparativos del entierro, que debía de ser a la mañana siguiente.

La que me las va a pagar todas juntas es esa indecente de Papitos gritó él, dando algunos pasos hacia la cocina. ¡Papitos!, está en la compra. ¡Pobre chica!... Ea, ya estamos hartas. A ver si nos dejas en paz. Le encargaremos a Ballester que te amarre... Niño, niño, se acabaron las tonterías.

En todo aquel día no abandonó la casa mortuoria. Al mediodía estaba solo en ella, y el cuerpo de Fortunata, ya vestido con su hábito negro de los Dolores, yacía en el lecho. Ballester no se saciaba de contemplarla, observando la serenidad de aquellas facciones que la muerte tenía ya por suyas, pero que no había devorado aún.

Sacó los insectos con el dedo meñique, y su amiga le criticó esta acción, llamándole sucio y tratándole con cierta sequedad. Trajeron la leche bien tapada para que no cayeran moscas, y mientras Fortunata se la bebía, Ballester se tomó la otra, diciendo bromas y chuscadas, con las cuales no lograba disipar la negra tristeza en que la joven había caído tras la ruidosa alegría.

Ballester era tan delicado, que de sólo oír tal proposición, le salieron los colores a la cara, y se excusó con expresiones de gratitud. Poco después de anochecer se retiró dando las órdenes más rigurosas a los hermanos Izquierdo con respecto a visitas. Si algún Rubín, fuese quien fuese, se presentaba, no abrir.

Míreme de frente y no hagamos visajes, que se pone muy feíto. ¿No me conoce? Soy Ballester, y ahí tengo la vara aquella para enderezar a los niños mal criados». Ballester dijo Maxi mirándole fijamente y como quien vuelve de un letargo. El mismo, ¿y qué?... ¿Quiere que le noticias del mundo? Pues prométame tener juicio.

Mi familia, Ballester y todas las personas a quienes conozco fuera de casa, bordaban admirablemente su papel; y yo callado... haciéndome el tonto, mientras con la sola fuerza del cálculo, descubría la verdad. Y doña Lupe tan parada, que no sabía qué decirle. «Y vea usted cómo le pruebo que mi cabeza da quince y raya hoy a las cabezas mejor organizadas, incluso la de usted.

Si esto no es mirar pa tras... Vamos, que ahora, si usted estuviera mal de fondos, bien podría intentar otro negocio como aquel... y no con moneda falsa, sino con legítima. Ballester se reía y Maximiliano estaba muy serio, lo que reparó la fundadora, apresurándose a decir: «Si no fuera por estas bromas, ¿cómo pasaríamos el horrible plantón?

El bautizo se celebró con modestia suma en San Ginés, una mañana de Abril, y le pusieron al chico los nombres de Juan Evaristo Segismundo y algunos más. Ballester se corrió gallardamente aquel día a convidar a Izquierdo y a Ido del Sagrario en el próximo café de Levante. Instó mucho al maestro a que tomara un biftec; pero D. José lo rehusó, aunque buenas ganas tenía de aceptarlo.

Fortunata había oído la voz de doña Lupe, y cuando esta se retiró, quiso que Ballester le explicase qué traía por allí. «Pues nada, que la ministra esa quiere meter las narices, y ver a usted, y hablarle y decirle cosas que sin duda la marearán». ¡Ah!, que no entre... no la puedo ver. Creo que me pondré mala si la veo. Y de mi marido, ¿qué dijo? No le nombró.