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Vaya, mañana a las cuatro de la tarde el entierro. Lo siento, porque tenía que ir de caza con Briones dijo uno. ¡Y que no es pequeña la carrera desde la casa mortuoria a San Isidro! respondió otro. No, hombre, no apuntó un tercero ; lo llevarán a la estación del Norte para conducirlo a Soto, al panteón de familia. Las bromas no eran de buen gusto.

El único rumor que fácilmente se percibió era una bullanga de alas vivamente agitadas, cual si todas las palomas del mundo estuvieran entrando y saliendo en la sala mortuoria y rozaran con sus plumas el techo y las paredes. Celinina se puso en pie, extendió los brazos hacia arriba, y al punto le nacieron unas alitas cortas y blancas. Batiendo con ellas el aire, levantó el vuelo y desapareció.

Son para un hombre que toca la corneta, el trombón o qué yo qué. Se los mandaremos a Severiana. Yo me encargo de eso replicó doña Lupe, dando a entender que pensaba volver allá. No, los llevaré yo, bien envueltitos en un pañuelo dijo la sobrina, a quien de súbito entraron ganas de ir a la casa mortuoria . Llevaremos cada una nuestro duro, por si piden para el entierro. Eso no está mal pensado.

A las diez nos hallábamos en la pequeña ciudad vecina. Mientras yo asistía á los funerales del general, las señoras se reunían con la señora de Aubry para formar alrededor de la viuda el círculo de costumbre. Acabada la triste ceremonia, volví á la casa mortuoria y fuí introducido con algunos amigos íntimos en el célebre salón cuyo mueblaje cuesta quince mil francos.

El único rumor que fácilmente se percibió era una bullanga de alas vivamente agitadas, cual si todas las palomas del mundo estuvieran entrando y saliendo en la sala mortuoria y rozaran con sus plumas el techo y las paredes. Celinina se puso en pie, extendió los brazos hacia arriba, y al punto le nacieron unas alitas cortas y blancas. Batiendo con ellas el aire, levantó el vuelo y desapareció.

A las ocho se sacó a Celestina de la «casa mortuoria» y el cuerpo, metido ya en su caja de pino, lisa y estrecha, fue depositado sobre el mostrador de la tienda vacía, a las diez. No volvió a parecer por allí ningún sacerdote ni beata alguna. Mejor decía don Pompeyo, que se multiplicaba. Para nada queremos cuervos exclamaba Foja, que se multiplicaba también.

Pero estas reflexiones nos llevan como por la mano al Dormitorio del Emperador, ó sea á su cámara mortuoria. Es una pieza del mismo tamaño que las tres mencionadas, con otra enorme chimenea. Una alta reja le da luz por la parte de Levante, y tiene además tres puertas, de las cuales una da á la iglesia, otra al Recibo y otra á la galería.

Todos ustedes saben, señores, lo que es una casa mortuoria cuando se vuelve así del cementerio... el olor a féretro, un olor a madera fresca, y las ramas de abeto... y las hojas caídas de las coronas... y las flores pisoteadas... Atroz, simplemente atroz.

La portación del viático a un moribundo, desfilando de día con cirios o faroles encendidos, repicando campanillas por el centro de la calle, las gentes azoradas que se hincaban a rezar a la vista o al ruido de la eternidad que pasaba en procesión fúnebre encabezada por el cura, y el resto en la capilla mortuoria del hogar angustiado, hacían la impresión macabra de las ejecuciones capitales en la plaza pública, también con sacerdotes, con reo en capilla, y marchas fúnebres, y espectadores conmovidos.

Había llegado el momento de que se llevaran el cuerpo de Mauricia, y este acto tristísimo se conoció en los gemidos y sollozos de todas las mujeres que en la casa mortuoria estaban. Cuando Guillermina y Fortunata salieron, ya el ataúd era bajado en hombros de dos jayanes para ponerlo en el carro humilde que esperaba en la calle.