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Templos contemporáneos de Peroansúrez, de Doña Urraca y de Alonso el Sabio; esculturas de Pompeyo y Leoni, de Gregorio Hernández, de Jordán, de Juan Juni, de Felipe Gil y de Gaspar Becerra, todo pasó ante mis ojos en rápida confusión..... En el Museo de Pinturas vi tres cuadros atribuídos á Rubens, uno de ellos hermosísimo, que llaman la Virgen de Fuensaldaña, y representa el poético instante de la Asunción de María.

Don Pompeyo dijo, y se puso en pie tambaleándose, lo cual probaba que, si no el vino, sus recuerdos le habían embriagado don Pompeyo; puesto que ésta es la hora de las grandes revelaciones, es preciso que usted nos diga cuál es el fondo de su alma.... Señores interrumpió el ateo el fondo de mi alma lo traigo en la superficie para que el mundo se entere. ¡Bravo! ¡bravo! gritó el concurso.

La Libre Hermandad se había fundado con ciertos aires de institución independiente de todo yugo religioso, y su primer presidente fue el señor don Pompeyo Guimarán, que de milagro no estaba excomulgado y que no comulgaba jamás. Era el círculo algo como una oposición a Las Hermanitas de los Pobres, a la Santa Obra del Catecismo, a las Escuelas Dominicales, etc., etc.

«La Justicia le obligaba a reconocer que el actual obispo de Vetusta, don Fortunato Camoirán, era una persona respetable, un varón virtuoso, digno; equivocado, equivocado de medio a medio, pero digno. ¿Tenía un ideal? pues don Pompeyo le respetaba». Don Pompeyo no leía, meditaba. Pero meditaba.

Además ¿qué le importaban a don Pompeyo estos accidentes del nacimiento? Su inteligencia andaba siempre por más altas regiones.

La esposa de don Pompeyo suspiraba y entregaba las zapatillas suizas y el frasco del aguardiente, y el amo de la casa desaparecía.

Don Pompeyo sintió el ánimo desfallecer. «Estoy solo; ese capitán Araña me ha dejado solo». Sacó fuerzas de flaqueza, y ayudado por la indignación general, se impuso.

Salió ganando la Iglesia, porque los infelices menestrales comenzaron a ver visiones y pidieron confesión a gritos, arrepintiéndose de sus errores con toda el alma. Y nada más: a eso se había reducido la revolución religiosa en Vetusta, como no se cuente a los que comían de carne en Viernes Santo. Don Pompeyo no creía en Dios, pero creía en la Justicia.

En Vetusta no se aclimataba esta planta; él era el único ejemplar, robusto, inquebrantable eso , pero el único. Y don Pompeyo sentía remordimientos cuando se sorprendía deseando que jamás cundiese la doctrina racional, salvadora, que por tal la tenía.

Algo de esto entiendo yo que hay en el libro del señor Don Pompeyo Gener, por más que me deleite leerle y aplauda el fervor propagandista y filantrópico que le ha dictado, y la elocuencia, el saber y el alto y claro entendimiento que en todas sus páginas resplandecen.