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Y para contestar por lo serio, siendo hombre que se respetaba, no le quedó más recurso que contestar como contestó: También yo lo sentiré muchísimo dijo ; pero como me conozco, y que he de seguir poniendo en solfa tu amistad con doña Beatriz y he de seguir burlándome de la credulidad o socarronería de don Braulio cada vez que se me antoje, es excusada esa tregua o espera que me concedes.

Sus ojos aterrados, su cabeza temblorosa, delataban la intensa emoción que en su alma simple había sabido despertar la madre de Rafael, a quien ella respetaba mucho. Su sobrina, su ídolo yacía por el suelo, despojada de aquella fe entusiasta y cariñosa que hasta entonces la había inspirado.

El rasgo predominante en el carácter de D. Fadrique no se puede negar que implicaba una mala condición: la falta de respeto. Como veía lo ridículo y lo cómico en todo, resultaba que nada ó casi nada respetaba, sin poderlo remediar. Sus maestros y superiores se lamentaron mucho de esto.

La mezquita no temía a los templos que encontraba en el país: los respetaba, colocándose entre ellos sin envidia ni deseo de dominación. Del siglo VIII al XV se fundaba y se desarrollaba la más elevada y opulenta civilización de Europa en la Edad Media.

La animación estaba en los grupos de alborotadores antes citados. «Allí no se respetaba nada ni a nadie» decían los viejos del rincón. Aunque estaban a dos pasos de ellos, rara vez se mezclaban las conversaciones. Los ancianos callaban y juzgaban. ¡Qué atolondramiento! dijo un venerable en voz baja. Observe usted, le respondieron que rara vez hablan de intereses reales de la provincia.

Paco Ruiz le respetaba mucho más de lo que podía esperarse de su carácter díscolo y desvergonzado, lo cual no sabemos si procedía de la amistad que le unía á su hijo Homobono ó de otra mayor razón.

Abstraídos en sus pensamientos, ya no oían el estrépito de la juerga, la voz femenil que seguía entonando coplas. Fermín dijo de pronto el aperador. eres el único que lo puee arreglar todo. Por esto le había esperado a la salida del escritorio. Conocía su gran influencia sobre la familia. María de la Luz le respetaba más que a su padre, y se hacía lenguas de su sabiduría.

Sus rosadas desnudeces y atrevidos gestos contrastaban con la faz dolorosa de un gran Cristo que parecía presidir el salón, ocupando la mayor parte del muro sobre el estrado, entre dos puertas. «La Papisa» reconocía lo pecaminoso de estos adornos mitológicos; pero eran recuerdos de la buena época, de cuando mandaban los caballeros, y los respetaba, procurando no verlos.

«La Justicia le obligaba a reconocer que el actual obispo de Vetusta, don Fortunato Camoirán, era una persona respetable, un varón virtuoso, digno; equivocado, equivocado de medio a medio, pero digno. ¿Tenía un ideal? pues don Pompeyo le respetaba». Don Pompeyo no leía, meditaba. Pero meditaba.

Al mismo tiempo ¡cosa extraña en él! experimentó cierta timidez que le impedía hablar; una timidez semejante a la que había sentido en los tiempos de su primera juventud, cuando, lejos de las fáciles conquistas en su predio de Mallorca, se atrevió a dirigirse a las señoras conocidas en la península española... ¿No era un acto indigno de él hablar de amor a aquella muchacha a la que había visto como niña hasta poco antes y que le respetaba cual si fuese su padre?