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De vez en cuando brillaban sus ojos con siniestro fulgor, como si el alma del anciano fuera presa de un incendio, que se manifestara solo de tarde en tarde por una rápida explosión de cólera y momentánea llamarada. Esto lo reprimía el médico tan pronto como le era posible, y trataba entonces de parecer tan tranquilo como si nada hubiera sucedido.

Una visita de cumplimiento a Argicourt, donde tendría acaso la suerte de un encuentro fortuito, de una entrevista rápida, de una despedida trivial, y nada más. ¡Era poco! ¡Ah! tía Liette, tía Liette... No la acusaba, seguramente; debía de tener buenas razones... De otro modo, ¿le hubiera causado semejante pena con mala intención?

Desesperó en poco tiempo a los tres o cuatro profesores que en vano se esforzaron por hacerle entrar algo serio en la cabeza; presentose en Saint-Cyr, donde no fue admitido, y comenzó por malgastar en París, lo más rápida y locamente del mundo, dos o trescientos mil francos.

En la pieza donde estaba instalado el buffet encontró a María Teresa. Acababa de llegar de París, donde vivía largas temporadas. Una rápida aparición en Madrid, y luego a huir otra vez. La molestaban y la hacían reír a un tiempo la curiosidad malsana y la altivez miedosa de sus amigas.

El lector no se detiene mucho en los capítulos sobre París y Londres, cuando en la rápida lectura encuentra tal o cual opinión sobre Francia o Inglaterra.

Y no huíamos ya solamente para que no se enfriara el almuerzo, sino porque nos aturdía aquella rápida sucesión de emociones, tanta nueva belleza, tanta poesía, tanta historia, tanto portento de diverso orden como llamaba nuestra atención por todas partes y á un mismo tiempo. ¡Necesitábamos descansar, hacer algunos apuntes, descargar nuestra memoria!.....

A veces el asunto de las chambras y de las tiras bordadas le conmovía tan profundamente, que sin poder contenerse, después de cerciorarse con rápida mirada de que nadie cruzaba por la calle, abrazaba a su esposa con efusión y le aplicaba un beso en la mejilla. Cierta noche se equivocó.

Sus ojos amorosos se fijaban en las cincuenta princesas mediterráneas, las Nereidas, que tomaban sus nombres de los colores y aspectos de las olas: la Glauca, la Verde, la Rápida, la Melosa... «Ninfas de los verdes abismos, de rostros frescos como el botón de rosa; vírgenes aromáticas que tomáis las formas de todos los monstruos que nutre el mar», cantaba el himno orfeico en la ribera griega.

Dirigió luego una rápida mirada a Flavia y prosiguió, bajando la voz: Se cree que ha venido en seguimiento de una mujer. ¿Ha oído hablar Vuestra Majestad de cierta señora de Maubán? dije mirando involuntariamente hacia el castillo. Esa dama llegó a Ruritania al mismo tiempo que el Raséndil de quien habla usted. El prefecto me miró fijamente, como interrogándome.

Acuérdate de lo que te dije al entrar». Miquis hace una rápida exploración en su alma, encuentra en ella algún desorden y dispone que todo vuelva a su sitio. «Soy un hombre sublime dice para , un hombre de honor y de caridad, soy también un hombre que se casa el lunes».