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El marqués, en ciertas plazas, había llegado a pelearse con empresarios y autoridades, negándose a dar sus reses porque la banda de música estaba colocada sobre los toriles. El ruido de los instrumentos aturdía a los nobles animales, quitándoles bravura y serenidad cuando salían a la plaza. Son lo mismo que nosotros decía con ternura . Sólo les farta el habla... ¡Qué digo como nosotros!

Había olvidado este pasado, y al caer, me aturdía con su peso sonoro, vibrante de recuerdos. «¡Pobre hombre!... ¡En qué mundo de compromisos y enredos voy á meterle!... ¡No! ¡no!» Y huía de ti con astucias de colegiala traviesa, saliendo del hotel cuando te habías alejado por unos momentos, doblando otras veces una esquina en el preciso instante que ibas á volver los ojos... Sólo me dejaba abordar, fría é irónica, cuando no me era posible librarme de tu encuentro; y después, en casa de la doctora, hablaba de ti á cada instante, riendo con ella de estos galanteos románticos.

Desplegaban por millares las ortigas de mar sus hilos urticantes, proyectando un veneno que aturdía á la víctima y la hacía caer en su corola, boca y ano al mismo tiempo. De una voracidad sin límites, se apoderaban, fijas en su roca, de pescados más grandes que ellas, y al presentir un peligro se encogían de tal modo, que era difícil verlas.

Al entrar volvimos á leer: tres sopas á eleccion, tres platos de carne, tres legumbres y tres postres. Tanta baratura nos aturdia. Subimos, y la señora del establecimiento nos improvisó una mesa aparte, en una habitacion que estaba á la izquierda, contigua á la estancia destinada á los fumadores. Los dos salones que servian de comedor, estaban llenos de parroquianos.

Inusitadas desconfianzas en su servidumbre, recelos injustificables hasta de la habilidad de su envidiado cocinero, le traían sin punto de reposo de un lado para otro y de acá para allá; mortificaba a su familia con consultas impertinentes y con advertencias pueriles, y aturdía a su ayuda de cámara pidiéndole prendas de vestir que tenía a la vista o entre las manos.

Y lo besaba con furia, lo aturdía con sus caricias, para disipar el mal recuerdo y recompensar al mismo tiempo la molestia reciente. Hizo responsable a su hermano de esta cólera de Ojeda, evocadora de malos recuerdos. Aquel imbécil sólo había nacido para hacerle daño.

Frecuentó mucho más las tiendas de vinos y en la suya procuraba que reinase la alegría hasta las altas horas de la noche. Con lo cual, si no se consolaba, por lo menos se aturdía. Era esto poco, sin embargo. Comprendía que la mejor medicina para aliviarse sería un nuevo amor y trató de buscarlo.

Se aturdía cerca de Remedios para caer en una estúpida tristeza apenas se veía sólo. Era una embriaguez de espuma que se evaporaba en la soledad. Remedios le parecía uno de esos frutos sin sazonar, sanos, con la película de la virginidad, limpios de picaduras y manchas, pero sin el sabor que deleita ni el perfume que embriaga.

Dejaba de asistir al taller con harta frecuencia, y se pasaba horas y más horas en el café del Sur. Por el afán de aumentar su peculio había contraído el vicio del juego, frecuentando innobles garitos, o agregándose a los nefandos círculos que al aire libre, en las puertas de los ventorros de extramuros funcionan. Su suerte era mala, se aturdía y perdía casi siempre.

Necesitaba olvidar su vergonzosa torpeza aquel recuerdo tenaz como un remordimiento, y, se aturdía cerca de la protegida de su madre.