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¿Dónde estabas , belicoso Bartolo, dónde estabas en aquel momento de perdurable memoria para nosotros? Habías llegado tarde á la romería y te habías acercado al hórreo donde los zagales y zagalas se entregaban al baile. Allí tropezaste con un amigo que te invitó á beber unos vasos de sidra.

El mismo día en que el médico me declaró radicalmente curado, obligome mi tío a volver a París sin perder tiempo, pues mi ausencia podía perjudicarme para los exámenes, y entré en mi casa a las diez de aquella noche, no sin ir antes a llamar a tu puerta; pero o estabas fuera o te habías acostado. Por cierto que después he recordado esta circunstancia muchas veces.

Porque en este mundo el amor engendra al amor, pero el capricho sólo engendra al hastío. Á pesar de tus locuras te he seguido queriendo porque adivinaba en ti un espíritu infantil á quien no se puede exigir la responsabilidad de sus actos y también porque respetaba en el primer amor que habías logrado inspirar. Aun hoy te quiero con toda mi alma, pero...

Mi noble y santa amiga, yo sabía muy bien que tenías la virtud del sacrificio; veo ahora, que habías recibido el premio de ella. Hacia las dos de la mañana sucumbiendo de fatiga quise respirar por un momento el aire puro. Descendí la escalera en medio de las tinieblas, entre en el jardín, evitando atravesar el salón del piso bajo, donde noté luz. La noche estaba profundamente sombría.

Reflexiona, Esteban, en la manera como cayó tu pobre hija. ¿Qué le habías enseñado para defenderse de la malicia del mundo? ¿Qué armas tenía para conservar incólume eso que llamas honor?

, hija mía replicó el galán viejo muy conmovido . El corazón me decía que habías de salir pronto, y esperé... No me podía acostumbrar a la idea de no volver a verte... ¿Qué quieres ?... Yo tomo cariño a las personas con mucha facilidad... Aquí se me ha pasado el tiempo mirando como un bobo a los balcones y diciendo: «Ella ha de salir, ella ha de salir». Capítulo XVII Igualdad.

El cielo parecía de fuego, ¡Virgen santa!, y yo vi más tarde, por las heridas de tus manos, que te habías visto obligado a agarrarte a los picos de las rocas para que las olas no te arrastrasen. Y aun trémula al recuerdo del peligro pasado, le enlazó fuertemente con sus brazos como si quisiera substraerle a un peligro inminente. ¿Te acuerdas? di...

La vieja despertó con el ruido de pasos. Al ver al prelado, dio un grito de sorpresa: ¡Don Sebastián! ¡Aquí usted...! He querido visitarte dijo el cardenal con sonrisa bondadosa, sentándose en una silla . No siempre habías de ser la que me buscases. Te debo muchas visitas, y aquí estoy. Hundiendo una mano en las profundidades de la sotana sacó una petaca de oro, encendiendo un cigarrillo.

Conservaste tu orgullo, te acordaste alguna vez de que habias sido la capital de una vasta monarquía; pero en vano: tus enemigos pasaron sobre , como pasa el hombre sobre todo miserable reptil que se atraviesa en su camino. Al-Mamun te sujetó sin perder un soldado de su ejército: Aben-Abed te recobró sin desnudar la espada.

«Yo que amaba a esta mujer exclamaba con enternecimiento, arrimando el garrote a la pared. ¡Yo que amaba a esta mujer como esposa y no como sierva, según manda el apóstol San Pablo!... ¿ has leído al apóstol San Pablo?... ¡Qué habías de leer , gran vaca!...» El vino era muy bueno, casi puede decirse que era lo único bueno en este establecimiento, y eso que no paraba mucho en la bodega.