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Esa fatal pasión, que yo creía haber arrancado de mi alma con todas sus raíces, se había cubierto de una nueva y frondosa vegetación; las heridas cicatrizadas desde hacía tiempo se habían vuelto a abrir con la presencia de Roberto; me parecía sentir que mi sangre ardiente se escapaba de ellas a torrentes. Ya era inútil ocultar o disimular.

No podía sufrir que se burlasen en su presencia de nadie, aunque fuese del ser más ínfimo y despreciable. Podía decirse que el sentimiento de la dignidad, que era en ella tan delicado y vidrioso, la hacía sentir las heridas causadas en la de los otros con más viveza.

Los dos nobles hicieron colgar sus escudos de armas al costado del barco y observaron con el mayor interés las señales con que respondían los transportes y que les indicaban los nombres de aquellos caballeros á quienes las enfermedades ó las heridas hacían regresar á sus hogares en tan críticos momentos.

A pesar de sus heridas, no había querido retirarse del ejército. Estaba agregado á una oficina técnica hasta la terminación de la guerra. La familia Desnoyers iba á cumplir su deseo. Al recobrar sus sentidos, después de la noticia fatal, el padre había concentrado toda su voluntad en una petición: Necesito verle... ¡Oh, mi hijo!... ¡Mi hijo!

El mocetón, aturdido por estas caricias y asustado por las heridas superficiales que notaba en el rostro de la joven, preguntó con ansiedad: ¿Le he hecho daño, miss Rojas?... ¿No es cierto que he tirado el lazo menos mal que otras veces?... Los dos le ayudaron á montar, y marcharon junto á su caballo con dirección al rancho de la India Muerta.

Gould, todavía convaleciente de sus heridas, parecía sentir vergüenza delante de su esposa. «¡No haber sabido defenderte!...», decían sus ojos. Y lanzaba á continuación su mirada suplicante. Esta mirada devolvía á Mina un pálido recuerdo del antiguo afecto. Sólo esta mirada era verdad. Todo lo demás del héroe, pura mentira.

El muerto tenía dos heridas que debieron ser de armas de fuego segun lo que él estudió despues y serían las resultas de la persecucion en el lago.

Movidos finalmente los Miguelistas con estas cosas, como ya tambien ellos se volviesen, habiendose desparramado algunos, despues de alguna contienda de palabras, vinieron á las armas y los embistieron cercándolos, porque estaban á caballo, y aquellos á pié: de una y otra parte hubo heridas, pero no pasó adelante la cosa.

Como era fuerza, acetéle, Y ansí, con la luna clara, Comenzamos nuestra guerra, Jugando las fuertes lanzas; Y pues al fin me venció, No me alabo; decir basta Que tenía tres heridas, En brazo, muslo y espaldas. No me las dieron huyendo; Pero quien con diez batalla, También sospecho que tiene En las espaldas la cara.

No estaba muy bien con las heridas que don Belianís daba y recebía, porque se imaginaba que, por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales.