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Los dioses del hogar existen todavía para nosotros. ¡Que toda nueva fe tolere este fetiquismo, si no quiere de otro modo perjudicar sus raíces! Silas comió más silenciosamente que de costumbre y pronto puso a su lado su tenedor y su cuchillo para seguir con la vista medio distraída a Eppie que jugaba con el ratonero Snap y con la gata, lo que prolongaba mucho el almuerzo de la joven.

En aquel cerebro yermo y duro, cuando llegaba a retoñar una idea, echaba raíces tan hondas, que no había huracán ni cataclismo que la arrancase. Pepet sería cura y correría mundo. Margalida la guardaba para un labrador que agrandase las tierras de Can Mallorquí al heredarlas. El Capellanet inquietábase al pensar en quién podría ser el favorecido por Margalida.

En nuestros países civilizados el campesino se encarga de cortar las raíces á hachazos y llevarse el tronco del árbol limpiando el suelo hasta de sus más pequeños trozos.

Esa fatal pasión, que yo creía haber arrancado de mi alma con todas sus raíces, se había cubierto de una nueva y frondosa vegetación; las heridas cicatrizadas desde hacía tiempo se habían vuelto a abrir con la presencia de Roberto; me parecía sentir que mi sangre ardiente se escapaba de ellas a torrentes. Ya era inútil ocultar o disimular.

Dicho P. Fideli, como era recién venido de Europa, y hallando campo tan grande á su celo, no paraba de día ni de noche en domesticar aquellos salvajes; y mientras sus compañeros iban en busca de gentiles, él se ocupaba en limpiar á aquellos nuevos cristianos de los resabios de su vida brutal, con que se podía quizás manchar la pureza de su fe y la inocencia de nuestra religión cristiana; era su tarea cuotidiana juntar de día á los niños toda la mañana, y al entrar la noche á los adultos; para hablarles de las cosas que debían creer y obrar; acudir á todos tiempos á sus necesidades sin negarse á nada; cuidar de las almas y de los cuerpos de los enfermos, velándolos de día y de noche y dándoles sepultura después de muertos; y en tantos trabajos no tenía otra cosa con qué mantener sus fuerzas para llevar tan gran peso, que un poco de pan muy desabrido que allí se hace de unas raíces que llaman mandioca, la cual, hecha harina, se amasa y hace un pan bien malo, el cual solía acompañar con un pedazo de carne de algún animal del monte, asada, como la comen los indios, dura y desabrida, y por gran regalo alguna fruta silvestre.

Sin duda, si lo hubiera conocido antes, cuando el mal no había echado aún raíces tan profundas en él, le habría curado; pero el encuentro había ocurrido tarde, y si el Príncipe había olvidado durante un corto tiempo sus inveterados hábitos de vida y pensamiento, muy pronto había vuelto a ellos.

«Deben de ser dos», pensó el Magistral, que cada vez que veía al animalucho encima sentía un poco de frío en las raíces del pelo. La noche estaba hermosa, acababan de desvanecerse las últimas claridades pálidas del crepúsculo.

Sólo había gran copia de agua estantía en las lagunas, y algunas raíces duras y tan amargas como la hiel, y de éstas no en mucha abundancia; por esta causa perdió las esperanzas de llegar al término de su viaje, porque fuera de lo dicho, habían también con los trabajos caído enfermos no pocos de los neófitos, y los demás apenas se podían tener por la falta de alimento.

Una tarde, paseándose con Perla en un sitio retirado en las cercanías de su cabaña, vió al viejo médico con un cesto en una mano, y un bastón en la otra, buscando hierbas y raíces para confeccionar sus remedios y medicinas. ESTER Y EL M

Su pecado, su ignominia, eran las raíces que la retenían en aquel suelo, que había llegado á convertirse en el hogar permanente y final de Ester. Todos los otros sitios del mundo, aun aquella aldea de Inglaterra donde corrieron su infancia feliz y su juventud inmaculada, se habían convertido en cosas extrañas.