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Le damos bromas con Olimpia y la pieza que toca, diciéndole que su adorada es muy romántica y que no tenga miedo de casarse, porque no come. Ni necesitan cocinera, ni cocina, ni siquiera cesto para la compra. Yo le digo que abandone el sacerdocio y que deje a los autores y al público que se arreglen como quieran.

Pero llegaba la mañana del 24, y entonces D. José era la imagen de la felicidad, siempre que nos representemos a esta embozada en su capa y con su gran cesto enganchado en el brazo derecho.

Con una solicitud y una amabilidad que conmovía profundamente a la madre y a la hija, el joven se proporcionaba el placer de satisfacer los caprichos de la enferma, y sabe Dios si los tenía. Un día era un cesto de dátiles impacientemente deseados y que la anciana devoraba con avidez; otras veces granadas, plátanos o nueces de coco que engañaban apenas la repugnancia de su estómago gastado.

Precedida la casa en cuestión de un mezquino plantío de arbustos, con su terraza al frente, tenía por encima de ésta un feo balcón que quizá no había sido utilizado en la vida. Ah-Fe tiró de la campanilla; apareció una criada; echó una mirada a su cesto y lo admitió con repugnancia como si fuera un animal doméstico, molesto pero imprescindible.

Sin embargo, ¡qué de veces lleva tesoros su cesto! ¡Pero tesoros impagables! Ved aquel amante, que cuenta diez veces al día y otras tantas a la noche las piedras de la calle de su querida. Amelia es cruel con él: ni un favor, ni una distinción, alguna mirada de cuando en cuando... algún... nada.

Así que cuando se ponía delante de la mesa de trabajo le costaba insuperable emborronar algunas cuartillas. Y cuando al día siguiente las leía parecíanle tan desabridas que solía dar casi siempre con ellas en el cesto de los papeles rotos.

Estas referencias o noticias sueltas eran en aquella triste historia como las uvas desgranadas que quedan en el fondo del cesto después de sacar los racimos. Eran las más maduras, y quizás por esto las más sabrosas. iii En los siguientes días, la observadora y suspicaz Jacinta notó que su marido entraba en casa fatigado, como hombre que ha andado mucho.

A poco llegó el practicante que sólo hacía servicio en la botica por las noches, y llevándole aparte, le dijo Segismundo: «Amigo Padilla, hoy mismo le voy a proponer a doña Casta que vengas de día, porque esta calamidad de Rubín tiene la cabeza como un cesto, y me temo que si se queda solo envenene a toda la parroquia». iv

¡Atadlos! dijo Luschía, el aldeano de la pipa. Sacaron a la calle un tambor de regimiento y un cesto, y a los dos viejos los ataron. ¿Qué es lo que han hecho? preguntó Martín a uno de la partida que llevaba una boina a rayas. Que son traidores contestó éste. El uno era un maestro de escuela y el otro un expartidario de la guerrilla del Cura.

Á me llaman Felipe; pero si algún día me busca usted, pregunte por Castelar, pues así me conocen, porque me gusta hablar con las personas, y en la taberna soy el único que puede leer el periódico á los compañeros. Ese muchacho que pasa con el cesto de pescado es Chispas, á su patrón le llaman El Cano, y así estamos bautizados todos.