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El geólogo es quien cuenta al aldeano la historia de su propia montaña.

La hueste de mendigos descansa al sol ante el portal de la casona y se tiende por la orilla del camino aldeano. Sobre la veleta del hórreo, el gallo clarinea, en el sol, dorado y soberbio. ¡De toda la vida lo recuerdo! Al son de las doce repartíase el pan y las berzas a los pobres que acudíamos a este portal. Era una caridad de fundación. Venía desde los difuntos señores que levantaron la casona.

Entró con la cabeza gacha como siempre y, espatarrándose bajo el dintel de la puerta, preguntó: Concha, ¿no habrá de qué, que comer, por ahí? ¿Tanto te aprieta la gazuza, Manín? respondió la costurera riendo. El aldeano abrió desmesuradamente la boca para reír también. Así Dios me salve, no puedo aguantar un menuto más.

Admirábale a él, rudo y tardío de eloquio como suele serlo el aldeano, la facilidad y rapidez con que la pitillera se expresaba, la copia de palabras que sin esfuerzo salían de su boca. Si lo que experimentaba Chinto era enamoramiento, podía llamarse el enamoramiento por pasmo.

Yo no tengo la culpa contestó tímidamente el aldeano, haciendo un cuarto de conversión hacia la puerta.... Yo soy un probe ... ¡muy probe!, señor don Silvestre; tengo un güerto que me da para ayudar la vida, cáese la paré, entran por ella los animales, destrózanme la probeza que había en él, dícenme: «Fulano tiene la culpa»; y ... ¡qué menos he de hacer que pedir lo que en ley se me debe!... Pero añadió, enternecido, dirigiéndose á la puerta, dicen ustedes que me he equivocao, y yo lo creo.... Perdonar la falta..., y queden ustedes con Dios....

No qué género de influencia poderosa y benéfica han ejercido siempre sobre Pereda, aldeano de nacimiento, los tipos de gente de mar y las escenas de pesca. Pero lo cierto es que siempre que toca a ellas se engrandece y resulta superior a mismo.

Andrés, repuesto de la sorpresa, se puso en pie vivamente, y con palabra y actitud enérgicas se dirigió al aldeano: Lo primero que usted va a hacer es hablar como se debe, ¿lo oye usted? El paisano quedó sorprendido a su vez de este exabrupto, se puso más pálido y, mirándole con extraña fijeza, balbució humildemente: Yo... hablo... como debo. No habla usted tal.

De todas maneras, el aldeano había desaparecido, y los buenos deseos del madrileño quedaron sin realizar; pero don Silvestre tuvo que aceptar de su amigo una moneda de oro para entregársela al pobre labrador lo más pronto posible.

Lo que ha dicho el tío Fernando no crea usted que sea cosa de él solamente. En el pueblo lo habrá oído... Me está usted causando mucho daño... Hágame el favor de marcharse... Andrés trató de persuadirla a que despreciase el dicho del aldeano, inspirado sin duda por la cólera; pero fue en vano. Ella sabía mejor lo que pasaba en el pueblo; no quería verse en lenguas de la gente.

Pues si no lo tiene como yo, es porque no quiere... Verdad que he tenido que andar detrás de papá una temporada para que me lo pusiera de este modo... Pero mi hermana es así... como Dios la crió... No le importa por nada... Todo le gusta a lo aldeano, ¿sabes? En este cuartito hay mucho gusto... y mucha coquetería. De esta cualidad, no puedes prescindir en ninguna de tus cosas.