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Ya algunos pilletes y mujercillas habían disparado contra el anciano desperdicios de berzas y frutas, y alguien también había escupido sobre él, aunque sin tocarle. Un mulato, el más insolente de la chusma, avanzó hacia el anciano con la mano levantada como para darle en el rostro.

Entre los naipes, los bolos y el pleito que corría ya de su cuenta, no le quedaba tiempo libre en todo el año más que para almorzar la cazuela de leche; tomar las once con medio de blanco; comer despacio el ollón de berzas, patatas y tocino, en compañía de su ama de llaves; echar la siesta, en verano bajo un nogal y en invierno en la pajera; cenar al anochecer otro ollón como el del mediodía; dormir diez horas, y, por último, pasar una escoba ó un puñado de yerbas sobre el lomo de su ganado antes que lo llevaran por la mañana al pasto, y segar el retoño para el caballo que estaba á su cargo.

Amparo, cubriendo la brasa con ceniza, juntaba en una cazuela berzas, patatas, una corteza de tocino, un hueso rancio de cerdo, cumpliendo el deber de condimentar el caldo del humilde menaje. Hecho lo cual, se presentó más oronda que una princesa a la persona encamada a quien había llevado el desayuno.

Abajo, en la cocina, Primitivo obsequiaba a sus gentes con vino del Borde y tarterones de bacalao, grandes fuentes de berzas y cerdo.

Tan alteradas estaban, que al pasar las maestras les metían puñados de hoja en las narices, gritando que «olía a berzas»; y, envalentonándose, lo hicieron también con los inspectores, y si el jefe se hubiera presentado en los talleres, apostaban que con el jefe repetirían la escena.

Frutas del país, tales como plátanos, naranjitas, piñas, mangas, limones, lanzones, ates y granadas, hay con abundancia, como también algunas berzas y raíces farináceas. Tayabas apenas conoce la industria, en lo que respecta á tejidos, si bien hay uno ó dos telares.

La noche antes durmiose sin haber comido un solo bocado de pan desde la mañana; y los días anteriores, ¡si no hubieran sido el pernil y las berzas que trajo Casilda! ¡Otro día sin sustento! Ofrecería aquella nueva penitencia al Señor. El hambre era santa.

Pero al propio tiempo su conciencia no le permitía desmentir lo que acababa de sostener. La dignidad por delante. Estuvo luchando un rato entre la piedad y el deber, y como el ciego volviese a preguntarle con insistente afán: «¿pero es cierto que al morir nos convertimos en berzas...?» le replicó el apóstol: «Le diré a usted... hay opiniones... No haga caso.

Yo, que estaba comiendo ciertos tronchos de berzas, con los cuales me desayuné, con mucha diligencia, como mozo nuevo, sin ser visto de mi amo, torné a casa. De la cual pensé barrer alguna parte, que era bien menester; mas no hallé con qué.

Cada pueblo del tránsito le parecía una estación de calvario para su estómago hambriento; recordaba las aldeas por lo que había comido, o mejor dicho, por lo que había ayunado; aquí habían dado por toda comida un caldo de berzas, allá por cena una colación de verduras cocidas; y para colmo de desdichas, estaba alojado en Estella en casa de unas viejas solteronas y por la mañana le daban chocolate con agua, por la tarde cocido, y de noche una sopa de ajo infame.