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Soltando una risilla insolente, se precipitó por la escalera abajo. ¿Qué demonios pasaba en aquel cerebro?... Entró por la puerta pequeña que comunica el patio con el largo pasillo interior del edificio, y una vez allí pasó sin obstáculo al vestíbulo, tentando la pared porque la oscuridad era completa.

Pensó contarle la insolente pretensión de don Andrés para que don Paco le tuviese a raya; pero pronto desistió de tan cobarde propósito. Al fin, como Juanita era muy devota, tomó su mantón y se fue a rezar a la iglesia, esperando encontrar allí inspiración y consuelo. Juana se había ido ya de nuevo a casa de don Andrés a continuar sus ocupaciones culinarias y sus preparativos de la gran cena.

Una, cuando el primer ministro le presentó una renuncia insolente; otra, cuando el mariscal en jefe le hizo traición, y la tercera, cuando perdió el gran diamante de su corona...

No vio otra cosa que un insolente alarde de que su mujer era cómplice, e inmediatamente se trasladó al hotel Hermany, sin ningún plan preconcebido, y sólo impulsado por un sentimiento de odio y de enojo que no debía detenerse ante ninguna consideración ni aun ante un escándalo público.

Pero aun así, su moral, una moral para la tierra, sin sanciones celestes, encaminada al bienestar positivo de los humanos, tenía forma. Yo dijo Aresti con sencillez adoro la Justicia Social como fin y creo en la Ciencia como medio. Urquiola rompió á reír con una carcajada insolente. ¡La ciencia! ¡La moderna ciencia de los revolucionarios y los impíos! Ya sabía él lo que era aquello.

Dejaron las cabalgaduras en poder de los mozos y se abalanzaron a los coches, produciendo disturbios y curiosidad en los viajeros que no contaban con la novedad de aquella numerosa caravana. Gustavo Núñez, cada vez más terco e insolente, quiso sentarse al lado de Elena, pero no logró más que experimentar un claro y doloroso desaire. La joven se alzó instantáneamente de su asiento.

Sus rostros no eran gran cosa; hubieran resultado insignificantes a no ser por los ojos, unos verdaderos ojos valencianos que les comía gran parte de la cara, rasgados, luminosos, sin fondo, con curiosidad insolente algunas veces, lánguidos otras, y cercados por la ojera tenue y azul, aureola de pasión. La mayor, Conchita, veintitrés años, era la más parecida a su madre.

En aquella casa sólo había encontrado una amistad franca y despreocupada, un compañerismo algo irónico, como de persona obligada por la soledad a escoger entre los inferiores el camarada menos repulsivo. ¡Ay! cómo veía aún las risas escépticas y frías con que eran acogidas sus palabras, que él creía de ardorosa pasión. ¡Qué carcajada aquella, insolente y brutal como un latigazo, el día en que se atrevió a decir que estaba enamorado!

Brillaron hostilmente sus ojos, no sabiendo Isidro ciertamente si este furor era por su insolente amenaza o por el convite propuesto. «Buenos díasLa culpa era de él, que hablaba con locos. Y le volvió la espalda, alejándose. Maltrana se dejó caer en un sillón. Sentíase cansado: este «querido amigo» sólo era generoso para caminar.

Pedro tenía en los ojos aquel inquieto centelleo que subyuga y convida: en actos y palabras, la insolente firmeza que da la costumbre de la victoria, y en su misma arrogancia tal olvido de que la tenía, que era la mayor perfección y el más temible encanto de ella.