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Pude observar á la tenue claridad que entraba de la calle, que ponían siempre por delante uno como más fuerte ó resuelto, detrás del cual los otros se guarecían. ¡Fuera! volví á gritar, haciendo molinete con el bastón. ¡Ríndete, perro! me respondieron, sin detenerse en su baile fantástico. Ya no me cupo duda; estaban ebrios.

El cochero dejó al caballo que ascendiese lentamente la cuesta continua de Possilipo. Se preocupaba ahora de no volverse para no ser molesto. Conocía bien á los que hablaban á sus espaldas: «Enamorados; gente que no desea llegar pronto.» Y olvidó sus ofensas, pensando en la generosidad del señor al ir en tan buena compañía. Ulises le hizo detenerse en lo alto de Possilipo.

En esto vió pasar delante de una larga fila de coches, llenos de señores y señoras conversando con animacion; creyó distinguir dentro grandes ramilletes de flores, pero no paró atencion en ello. Los coches se dirigían hácia la calle del Rosario y, por encontrarse con los que bajaban del puente de España, tenían que detenerse á menudo é ir lentamente.

La vía estaba limpia de transeúntes; pero en los casinos los balcones mostrábanse iluminados; los pisos bajos no tenían otro cierre que las cancelas de cristales. Los rebeldes pasaban ante las sociedades de los ricos lanzándolas miradas de odio, pero sin detenerse apenas.

Manos Duras se detuvo para ver mejor. Aquel día no era de correo de Buenos Aires. «Debe ser un tren de carga que viene de Bahía Blanca», se dijo. Resultaba visible estando aún á muchos kilómetros de la Presa, y pasaría otros tantos kilómetros más allá, para no detenerse hasta Fuerte Sarmiento.

Quiso probar sus fuerzas y darse a misma una prueba de que estaba mejor. El móvil inmediato fué llevar a su nieta Cecilita una muñeca, cuyo vestido desgarrado le acababa de coser la doncella. Los peldaños se le hicieron muy altos. Al llegar a la mitad tuvo que detenerse a tomar aliento. Cuando llegó al piso, dijo en la voz más alta que pudo: Cecilita, hija mía, ¿dónde estás?

¡Luis!... ¡Primo!... exclamó éste no menos sorprendido. Pero, pasada la primera impresión, hizo un movimiento de molestia semejante al del que duerme y se ve bruscamente despertado. El hermano, á impulsos de su meliflua cortesía, siguió andando para detenerse á alguna distancia de los dos hombres.

Cuando la batalla empieza, el tártaro da un grito terrible, llega, hiere, desaparece y vuelve como el rayo. He necesitado andar todo el camino que dejo recorrido para llegar al punto en que nuestro drama comienza. Es inútil detenerse en el carácter, objeto y fin de la revolución de la independencia.

Saludaban a derecha y a izquierda; deteníanse a estrechar manos, cambiando palabras sobre el tiempo o sobre los trajes que más lucían en el paseo; pero sus miradas iban inconscientemente a detenerse en aquellos caballos que pasaban a pocos pasos de ellas; y en todos, bien fuese por el color, por la cabeza o por la grupa, encontraban cierto parecido con el otro que ocupaba su memoria.

Era demasiado bueno y bondadoso. «Deliciæ generis humani», como decía el profesor Lasson, también maestro de Hartrott. Pudiendo con su inmenso poderío aniquilarlo todo, se limitaba á mantener la paz. Pero la nación no quería detenerse, y empujaba al conductor que la había puesto en movimiento. Inútil apretar los frenos. «Quien no avanza, retrocede»: tal era el grito del pangermanismo al emperador.