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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Vean, señores dijo falta de aliento y apoyando coquetamente su pequeña mano contra el costado, sin tener en cuenta nuestra confusión, que no encontraba palabras para expresarse, ni los extraños visajes de Yuba-Bill, cuyo rostro había caído en una expresión de extemporánea e imbécil alegría, vean, como estaba a más de dos millas de distancia cuando les vi pasar por la carretera, pensé que podían detenerse aquí, y he venido con la mayor prisa, sabiendo que no había en casa nadie más que Juan; no extrañen, pues, que haya llegado echando los bofes.

Iba á salir de la terraza, cuando ocurrió algo á sus espaldas que le hizo detenerse. Los grupos sentados en los bancos se levantaban precipitadamente, y luego de hablar corrían hacia el mismo sitio de donde venía él. Oyó gritos, gentes que se llamaban.

El comediante, sin detenerse, mira á su interlocutor de arriba abajo; adivina en él á un autor incipiente; su gesto es despectivo. Al fondo, en el saloncillo... responde. Y se va.

Aresti sonreía recordando la fiesta de la noche anterior, las extravagancias infantiles de aquellos rústicos, enriquecidos rápidamente é imposibilitados de ostentar mejor sus ganancias en la vida aislada y laboriosa que llevaban en el monte. Sin detenerse en su marcha, el doctor contempló largo rato una colina roja que se alzaba á un lado del camino.

¡Atención...! ¡Marchen! dijo Gabriel, obedeciendo a una señal exterior. Y el carro sagrado comenzó a moverse con lentitud por el plano inclinado de madera que cubría los peldaños del altar mayor. Al pasar la verja hubo que detenerse.

Según los historiadores, cuando regresó el rey René de Anjou de su desventurada expedición de Nápoles en 1442 entre los obsequios que recibió al detenerse en Florencia, fué el de una leona que estimó mucho, porque era, aficionado á las bestias raras .

Sintió también que el golpear no cesaba, pero no vio quién lo podía causar; y así, sin más detenerse, hizo sentir las espuelas a Rocinante, y, tornando a despedirse de Sancho, le mandó que allí le aguardase tres días, a lo más largo, como ya otra vez se lo había dicho; y que, si al cabo dellos no hubiese vuelto, tuviese por cierto que Dios había sido servido de que en aquella peligrosa aventura se le acabasen sus días.

Ella cruzó ante el árbol tras el que don Juan estaba escondido y pasó de largo; él, entonces, salió, llamándola en voz baja: ¡Cristeta, Cristeta mía! Sin detenerse, repuso: Anda... anda hasta que perdamos de vista el coche.

A casa de María Josefa Hevia y de las de Mateo solía ir por la mañana, sin detenerse mucho, dando una vuelta para enterarles de lo que se decía o inspeccionar sus labores. Alguna noche iba también a casa de las señoritas de Meré. ¡Aquí tenemos al conde! exclamó con su peculiar entonación afeminada. ¡Ay, qué condecito tan guasón! ¿Pues? preguntó éste acercándose. Pregúntaselo a Amalia.

Una muralla gris avanzaba sobre él, devorando el azul del cielo y el verde amarillento del mar. La niebla envolvió al buque cuando entraba en la embocadura del estuario. Empezó a navegar con lentitud. Algunas veces parecía detenerse, como si fluctuase indeciso, no sabiendo qué dirección seguir, y poco después reanudaba la marcha.

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