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A pesar de estas raras dotes, Barbarita, si alguna vez le encontraba en la calle o en la tienda de Arnaiz o en la casa, lo que acontecía muy pocas veces, le miraba con el mismo interés con que se puede mirar una saca de carbón o un fardo de tejidos.

Y de cuando en cuando nos hará aquí una visita El Abuelo Andrés, que tiene una caja maravillosa con muchas cosas raras, y nos va a enseñar todo lo que tiene en La Caja de las Maravillas. La Edad de Oro. La historia del hombre, contada por sus casas

Hacíale gracia pensar, mientras marchaba a una cita de amor, en su mujer, aquella Ernestina cuyo recuerdo raras veces venía a turbar las alegrías de su vida de soltero, o como decía él, de marido emancipado. ¿Qué haría ella a tales horas? Cinco años que no se veían, y apenas si tenía noticias suyas.

Son tan raras las cosas que desde anteayer me suceden; está tan fuera de sus naturales caminos mi vivir desde estos días; tan singular e inaudito me parece lo que usted dijo allá... junto al pantano, que imagino si me quedaría dormida en Miranda de Ebro, y no habré despertado aún.

Era gran hablador, como hombre que sólo en raras ocasiones puede aliviarse del prolongado silencio y sabe aprovecharlas. Casi siempre se ponía delante de nuestros caballos cerrándoles el paso, y con gran ingenuidad nos obligaba a escucharle.

Verdad es que las mujeres son raras: quién sabe si en el fondo de su alma no se siente inclinada ya a querer a mi padre y a casarse con él, si bien, atendiendo a aquello de que lo que mucho vale mucho cuesta, se propone, páseme Vd. la palabra, molerle antes con sus desdenes, tenerle sujeto a su servidumbre, poner a prueba la constancia de su afecto y acabar por darle el plácido . ¡Allá veremos!

El joven aragonés tenía tan ocupado el ánimo con sus propias amarguras, que no atendió; con la observación y la curiosidad que el caso exigía, á las raras señales de alteración física y moral que otro menos abstraído hubiera visto en la santa y edificante faz de doña Paulita.

Eleonora Duse, cansada, envejecida, fatigada de sufrir esa inquietud imprecisa y sin nombre que tortura á los artistas y que raras veces halla término y reposo, porque más que amor, es deseo de amar, empieza á aborrecer la popularidad.

No es extraño pues que el Ticiano adorne sus inspirados lienzos con tan raras y sorprendentes bellezas que nos parecen ideales: los originales de sus seductoras mujeres los hallaria por todas partes, se paseaban á su lado, no hizo mas que copiar.

En Londres todo se reduce al movimiento de la riqueza material, con raras excepciones. En París no solo se ve la riqueza en acción, sino que tambien se encuentran reunidos todos los tesoros del arte, de la ciencia y de cuanto hay de espiritual y delicado en el refinamiento de la humanidad.