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Verá uté. Un día le preguntamos por su hermano, que estaba en Cádiz, y nos respondió, con una cara muy larga, que se había muerto. Todos lo creímos. Uté también lo creería, ¿verdad? Pues nada; por la tarde se dejó entrar diciendo que todo era mentira. Le hablaba por la reja. En esta misma ventana, ¡cuántas horas habré pasado hablando con él! ¡Me tenía encandilaíta aquel gitano!

» Tal vez sea acertada esa previsión, papá, porque si he de ser franca, he de confesar que soy como esos cobardes que alardean de su valor si están lejos del peligro, y en cuanto se les presenta la ocasión de demostrarlo cambian en el acto de lenguaje y de actitud. ¿Cuándo me levantaré hoy? ¿Habré de aguardar, como ayer, al mediodía?

Pues ó he perdido la memoria y el tiento, ó todo junto decía Quevedo , ó se encaminan á la portería de Damas; paréceme que se paran: ¡adelante y chito! suena una llave, se abre una puerta, entran... ¡ah! esa momentánea luz... el cuarto de la reina... ¿será posible? ¿me habré yo engañado pensando bien de una mujer? Merecido lo tendría. ¿Pero quién va? Había oído pasos Quevedo.

Ana lo olvidó todo de repente para pensar en el dolor que sintió al oír aquellas palabras. «¿Si habré yo visto visiones? ¿Si jamás este hombre me habrá mirado con amor; si aquel verle en todas partes sería casualidad; si sus ojos estarían distraídos al fijarse en ?

Hube, pues, de contentarme con esperar paseando por la acera de enfrente como pudiera hacerlo un centinela, y he de confesar que si alguna afición hubiera tenido yo a la guardia nacional la habría perdido entonces. Así pasó una hora, y otra, y otra más, y mi griseta no se dejaba ver por parte alguna. ¿Será que la habré espantado? me pregunté.

De esa escuela de Artes y Oficios, de la que soy el defensor más entusiasta y cuya realizacion habré de saludar como la primera aurora para estas bienaventuradas islas, de esa Escuela de Artes y Oficios se han encargado los frailes... O el perro del hortelano que es lo mismo, añadió Pecson interrumpiendo otra vez el discurso.

Este exceso de reflexión y este examen de conciencia exagerado son quizá una costumbre mórbida, inevitable en un espíritu de una gran sensibilidad moral, privado de su fuente legítima de actividad exterior y no pudiendo entregarse a los cuidados maternales reclamados por su afecto, inevitable en una mujer de noble corazón cuando no tiene hijos y su condición es muy limitada. «Puedo hacer tan poco; ¿lo habré hecho enteramente bienTal era el pensamiento que volvía perpetuamente.

Sin querer te habré ofendido más de una vez, y si es así, perdóname. Si me quieres como dices, yo nunca dejé tampoco de quererte... Pero las mozas no podemos decir lo que nos pasa aquí dentro del pecho como vosotros... Ni está bien que lo digamos; bien lo sabes.

No lo creas: en el colegio, y aun después que salimos, en las casas de huéspedes, nos vemos precisados a hacer cosas peores. ¡Cuántos botones habré pegado yo en mi vida! ¡Y cuántas veces habré recosido los pantalones cuando se rozaban por debajo! ¿De veras? ¡Vaya! Marta se maravillaba sinceramente.

Decía así: «En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu-Santo. Don Pedro Téllez Girón, duque de Osuna, marqués de Peñafiel, conde de Ureña, á su hijo natural, don Juan Girón. »Hijo mío: »Cuando esta carta leyéreis, ó habré yo muerto, ó habréis cumplido vos los veinticinco años, y estaré satisfecho de vos y seguro de que podéis llevar sin mancharle mi apellido.