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Fernando repetía con entusiasmo su propio apellido al hablar de aquel varón fuerte, al que consideraba su ascendiente glorioso. Ojeda es en el Nuevo Mundo lo mismo que Aquiles en la Ilíada o el Cid en el Romancero. ¡Qué hermosa muestra de hombre!... Los cronistas de la época lo pintaban pequeño de cuerpo, agraciado de rostro, con una agilidad y una fuerza sorprendentes.

Por fortuna, ningún caballero que tuviese el apellido de Vargas asistió jamás a la tertulia de Rafaela, y D. Joaquín pudo sostener su tesis, poco lisonjera para los Vargas, sin promover el menor altercado.

Se ha creído que Valencia era el lugar de su nacimiento, porque residieron allí familias de su mismo apellido; pero lo contradice el hecho que no hacen mención alguna de él los catálogos esmerados de escritores valencianos, en las grandes obras de Jimeno, Rodríguez y Fuster.

A menudo, cuando tenía que enviarle una carta por el correo interior o por medio de mensajero, escribía en el sobre: «Señor don Tristán Aldama del Páramo», o bien añadía al apellido «y Fernández Yermo» o «Desierto Arenoso». Tristán toleraba estas bromas porque respetaba y admiraba a su amigo.

A usted no puede menos de alegrarle que la noble casa de Montesinos no se extinga, que haya quien lleve honrosamente este apellido... Luego ha de parecer bien aquella casa tan grande con unos cuantos chicos que la alegren con sus risas y sus gritos. La obra del padre Gil es de las más meritorias que ha llevado a cabo, y eso que las ha hecho muy buenas.

No soy su administrador, sino su ayuda de cámara. ¿Viaja por negocios? No creo que los tenga. ¿Viaja por su salud? La tiene muy buena. ¿Viaja de incógnito? No, señor: con su nombre y apellido. ¿Y se llama?... Don Carlos de la Cerda ¡Ilustre nombre, por cierto! exclamó el pintor. El mío es Pedro de Guzmán dijo el criado , y soy muy servidor de ustedes.

-Aunque el mío es de los Cachopines de Laredo -respondió el caminante-, no le osaré yo poner con el del Toboso de la Mancha, puesto que, para decir verdad, semejante apellido hasta ahora no ha llegado a mis oídos. ¡Como eso no habrá llegado! -replicó don Quijote.

Lo pasaría menos mal dijo Nazaria , si no tuviera miedo, muchísimo miedo a esa enfermedad que ha entrado ahora, y que, según dicen, mata a la gente en un abrir y cerrar de ojos. Se llama el Cólera dijo la flaca con vocecilla ronca que hizo estremecer al curita. El cólera, dijo Gracián . Esta epidemia viene del Ganges, de donde saca su apellido de asiática.

Era el novio un buen muchacho, dependiente en la camisería de la viuda de Aparisi. Llamábase Pepe Samaniego y no tenía más fortuna que sus deseos de trabajar y su honradez probada. Su apellido se veía mucho en los rótulos del comercio menudo. Un tío suyo era boticario en la calle del Ave María.

La Valcárcel dormía. Dormía de veras, con la boca un poco entreabierta. Dormía con fatiga; la antigua arruga de la frente había vuelto a acentuarse amenazadora. Bonis se tuvo lástima en nombre de todos los suyos. Sintió, con orgullo de raza, una voz de lucha, de resistencia, de apellido a apellido: lo que jamás le había pasado en largos años de resignada cautividad doméstica.