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Biblioteca valenciana de los escritores que florecieron hasta nuestros días, con adiciones y enmiendas á la de D. Vicente Jimeno, por D. Justo Pastor Fuster; dos tomos en fol: Valencia, 1827-30.

JIMENO. Pero al cuento. GUZMÁN. Al cuento: ya sabéis que yo gozo de la confianza del Conde; anoche me dijo, estando los dos solos en su cuarto: «Escucha, Guzmán; quiero que me acompañes; sólo a ti me atrevo a confiar mis designios, porque siempre me has sido fiel; esta noche ha de ser fatal para , o he de llegar al colmo de la felicidad supremaSígueme, añadió, y atravesó con paso precipitado las galerías, instruyéndome en el camino de su proyecto.

JIMENO. ¿Y qué? GUZMÁN. Su intento era entrar en la habitación de Leonor, para lo cual se había proporcionado una llave. JIMENO. ¿Cómo!... ¿En palacio!... ¿Y se atrevió al fin? GUZMÁN. Entró efectivamente; pero en el momento mismo, cuando lleno de amor y de esperanza se le figuraba que iba a tocar la felicidad suprema, un preludio del laúd del maldito trovador vino a sacarle de su delirio.

FERRANDO. Y que está tan enamorada de aquel trovador que en tiempos de antaño venía a quitarnos el sueño por la noche con su cántico sempiterno. GUZMÁN. Y que viene todavía. JIMENO. ¿Cómo! ¿Pues no dicen que está con el Conde de Urgel, que en mala hora naciera, ayudándole a conquistar la corona de Aragón? GUZMÁN. Pues a pesar de eso...

FERRANDO. Atreverse a galantear a una de las primeras damas de su Alteza. Un hombre sin solar, digo, que sepamos. JIMENO. No negaréis, sin embargo, que es un caballero valiente y galán. GUZMÁN. , eso ... pero en cuanto a lo demás ... Y luego, ¿quién es él? ¿Dónde está el escudo de sus armas? Lo que me decía anoche el Conde: «Tal vez será algún noble pobretón, algún hidalgo de gotera

GUZMÁN. Se entiende. JIMENO. Pues... mis dudas tengo en cuanto a eso. GUZMÁN. ¿Qué decís? JIMENO. Desde el suceso que acabo de contaros no ha dejado de haber lances diabólicos... Yo diría que el alma de la gitana tiene demasiado que hacer para irse tan pronto al infierno. FERRANDO. ¡Jum!... ¡Jum!... JIMENO. ¿He dicho algo? FERRANDO. Preguntádmelo a . GUZMÁN. ¿La habéis visto?

FERRANDO. ¡Cáspita! ¿Y no la atenacearon? JIMENO. Buenas ganas teníamos todos de verla arder por vía de ensayo para el infierno; pero no pudimos atraparla, y sin embargo si la viese ahora... GUZMÁN. ¿La conoceríais? JIMENO. A pesar de los años que han pasado, sin duda. FERRANDO. Pero también apostaría yo cien florines a que el alma de su madre está ardiendo ahora en las parrillas de Satanás.

Y en pago del buen rato que me habéis hecho pasar, voy a contaros otras no menos raras y curiosas, pero que tienen la ventaja de ser más recientes. FERRANDO. ¿Cómo! GUZMÁN. Se entiende que nada de esto debe traslucirse, porque es una cosa que sólo a , a particularmente se me ha confiado. JIMENO. ¿Pero de quién? GUZMÁN. De otro modo me mataría el Conde. FERRANDO y JIMENO. ¡El Conde!

Hasta aquí JIMENO. A cuyas noticias, si no temiéramos alargar demasiado esta prefacion, pudiéramos añadir otras y varios elogios de nuestro Autor, que pueden verse en la Biblioteca Valentina del citado M. Fray Joseph Rodriguez; sin embargo no podemos dejar de admirar, que ni estos dos eruditos, ni Nicolás Antonio, que en su Biblioteca Española apenas deja de dar á cada obra y Autor el merecido elogio no le hiciesen de las del nuestro con la debida puntualidad; acaso porque no lograrian leerlas, por ser tan raras.

Esa turbación... AZUCENA. Dejadme... permitidme que me vaya... JIMENO. ¿Irte?... Don Nuño, prendedla. AZUCENA. Por piedad, no... ¡Qué! ¿No bastan los golpes de esos impíos, que de dolor me traspasan? NU