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Actualizado: 4 de mayo de 2025
¡Ah! francamente dijo riendo la señora de Maurescamp , si he de dar crédito a las voces que corren, os halláis muy lejos de los amores de los ángeles. ¿Qué queréis? Me han desanimado dijo el señor de Lerne riendo a su vez . ¿Me permitís, señora, contaros una historia escandalosa?... Me interesará mucho... pero supongo que tendré que irme a la mitad. Yo no lo creo.
En fin: todo anuncia que ya podéis contaros en el número de los hijos de la libertad. Estoy, pues, en campaña, mis amigos, al frente de una división del ejército combinado y a las órdenes del excelentísimo señor general en jefe, para redimiros del cautiverio. Marcho a protegeros y no a oprimiros.
JARIFA. Corona vencedora De ingenios y armas, Dafne, eternamente Por quien desde el aurora Hasta la noche llora tiernamente El sol resplandeciente: Si no habéis de ablandaros Al són del llanto mío, ¿De qué sirve cansaros, Y mi imposible pretensión contaros, Que al viento sólo envío?
Al contaros estas minucias, yo gozo reviviendo el encanto de los viejos días, y me parece, además, que ningún hombre serio dejará de reconocer el trascendentalismo de estas cuestiones de culinaria.
Y en pago del buen rato que me habéis hecho pasar, voy a contaros otras no menos raras y curiosas, pero que tienen la ventaja de ser más recientes. FERRANDO. ¿Cómo! GUZMÁN. Se entiende que nada de esto debe traslucirse, porque es una cosa que sólo a mí, a mí particularmente se me ha confiado. JIMENO. ¿Pero de quién? GUZMÁN. De otro modo me mataría el Conde. FERRANDO y JIMENO. ¡El Conde!
GUZMÁN. Se entiende. JIMENO. Pues... mis dudas tengo en cuanto a eso. GUZMÁN. ¿Qué decís? JIMENO. Desde el suceso que acabo de contaros no ha dejado de haber lances diabólicos... Yo diría que el alma de la gitana tiene demasiado que hacer para irse tan pronto al infierno. FERRANDO. ¡Jum!... ¡Jum!... JIMENO. ¿He dicho algo? FERRANDO. Preguntádmelo a mí. GUZMÁN. ¿La habéis visto?
No me resultaba el primer medio y en cambio el segundo se adaptaba muy bien á mis proyectos. Pero necesitaba, por el honor de mi nombre, pagar mi deuda de juego, cincuenta mil francos que era urgente encontrar... Aquí, amigos míos, el rubor me asoma á la cara, tan deshonroso es lo que tengo que contaros... Lea me ofreció sus alhajas para empeñarlas.
Y el señor Viváis-mil-años sacó una bolsa de malla de seda verde, con ricos pasadores de oro, y tan repleta, que casi reventaba. La mitad voy a contaros, continuó Viváis-mil-años, corriendo los pasadores de la bolsa y echando fuera con tiento los doblones para que no sonaran, y así no podréis decirme, si os perdéis, que os perdéis por mi provecho y no por el vuestro.
Nos quedamos, pues, en la ilustre casa; y ahora, señores míos, con todo reposo voy a contaros puntualmente lo que recuerdo de aquella mansión y de sus esclarecidos habitantes, destinados a figurar bastante en la historia que voy refiriendo.
Algunas veces espigamos fuera de los jardines académicos, bien puedo contaros esta historia: »Conozco a una señora joven que está al día, ya lo creo, muy al día, y que es muy golosa de las producciones intelectuales, por más que es mundana, y aunque virtuosa, adora la literatura que no lo es.
Palabra del Dia
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