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Más presente que la administración del Sacramento tenía el paso con su hija; ¡ay, qué paso!... «¿No vistes a la Jacinta? preguntó a Fortunata, volviéndose de un costado y poniéndole la mano en el hombro... . ¿Habló contigo?... eres una sosona y no tienes genio... Si a me llega a pasar lo que te ha pasado a ti con esa pastelera; si el hombre mío me lo quita una mona golosa, y se me pone delante, ¡ay!, por algo me llaman Mauricia la Dura.

Luego, María Teresa repuso: Yo ya no soy golosa... ¡Pero aun le gustan los helados! Juan, usted se ha puesto insoportable. En penitencia, tome usted esta rosa, que la llevará consigo todo el día, para que le recuerde que ha sido mordaz con su antigua amiga... ¡Vamos, adiós!

Yo soy golosa de ese veneno como un ratoncillo... ¡Sobre todo cuando viene de persona tan simpática como

Y pasaron a los platos los trozos de la gallina: la jugosa pechuga, el cuello cartilaginoso, los melosos muslos y el armazón chorreando grasa, que chupaba doña Manuela con un regodeo de gata golosa. La animación iba surgiendo en la mesa. Todos hablaban.

Mejor será que vayamos nosotras allá dijo doña Lupe , y así veremos y hociquearemos todo antes de que se abra al público. Fortunata decía también algo, aunque no mucho, porque lo de la tienda no despertaba en ella gran interés. Después que apuró el platillo de la compota, volvió Aurora para adentro, y trajo unas yemas en un papel. ¡Qué golosa era!

No qué hechizo arcano tiene la literatura teatral, que así atrae y emborracha á los hombres; pero es lo cierto que ninguno de ellos, amén de vivir el severo drama de su propia vida, ha dejado de llevar consigo la ilusión de componer un drama, ó por lo menos una comedia de costumbres. Todos, médicos, abogados, oficiales de peluquero... conocieron la golosa tentación.

Y a la salida del túnel, el enamorado esposo, después de estrujarla con un abrazo algo teatral y de haber mezclado el restallido de sus besos al mugir de la máquina humeante, gritaba: «¿Qué puedo yo ocultar a esta mona golosa?... Te como; mira que te como. ¡Curiosona, fisgona, feúcha! ¿ quieres saber? Pues te lo voy a contar, para que me quieras más». ¿Más? ¡Qué gracia! Eso que es difícil.

Lo que ella quiere es lucirse, y como vea ocasiones de lucimiento, es un oro. Cuando menos hay que hacer es cuando la pega. Me la traje a casa hecha una salvajita, y poco a poco le he ido quitando mañas. Era golosa, y siempre que iba a la tienda por algo, lo había de catar. ¿Creerás que se comía los fideos crudos?... La recogí de un basurero de Cuatro Caminos, hambrienta, cubierta de andrajos.

Deja eso dijo, acercándose a su amiga . No hablemos de otros; hablemos de nosotros. Estás guapísima.... ¿Ahora... con esas? Tontina... si no fueras tan desconfiada.... ¿Qué novedades son estas? preguntaron los labios y la lengua de placas de acero. Novedades... ¿las llamas novedades... ingrata? Don Álvaro acercó su rostro al de la dama golosa. Nadie pasaba por la calle.

No seas golosa, ama; no seas golosa; no te acuerdes tanto de las ollas de Egipto, como decía el señor Cura, quien te solía reprender por ese vicio de la gula dijo Inesita riendo. No es gula, ingrata. Yo me lamento por ti, y no por . A me basta con un plato de alboronía o con un gazpacho. Por otra parte, yo no me duelo sólo de la comida, sino también de otras cosas. Y me duelo con razón.