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Los convidados principiaron a inquietarse y cuchichear indicaciones y sospechas que pasaron de boca en boca. Sospecho que para empezar ya me le ha roto la crisma. Le habrá metido en el túnel y allí le dejará emparedado, seguramente. Le tendrá en el suelo y estará sentada encima. Probablemente está hirviendo algo para echárnoslo; apartémonos de la puerta por lo que pudiera ser.

Allí estaba el malacara, deshojando árboles. La cosa era muy simple: el malacara, cruzando un día el chircal, había hallado la brecha abierta en el monte por un incienso desarraigado. Repitió su avance a través del chircal, hasta llegar a conocer perfectamente la entrada del túnel. Entonces usó del viejo camino que con el alazán habían formado a lo largo de la línea del monte.

Por los regueros que traza el vaho al licuarse se ven montañas altísimas y blancas, bosques de hayas encaperuzadas de algodón, caseríos que tienen gruesos planos nos de nieve sobre las vertientes de sus tejados. Estamos atravesando la Saboya francesa; subimos, con bruscas alternativas de lobreguez de túnel y picante luz de nieve, las laderas de los Alpes. Nos aproximamos á Italia.

Era a modo de un pequeño túnel, al extremo del cual se veía el espacio libre de otros corrales, con hierba en el suelo y cabestros que paseaban placenteramente: una ficción de la lejana dehesa, que atraía a la fiera. Avanzaba ésta lentamente por el callejón, como si husmease el peligro, temiendo poner sus pies en la suave rampa de madera que corregía la altura del encierro montado sobre ruedas.

El sol derramando torrentes de luz sobre la arena; las olas azules y blancas ciñendo una peña donde los jóvenes estuvieron sentados largo rato; el sollozo que rompió el silencio del túnel; después, una niña que cae al agua y un joven que se arroja por ella y la salva. «Gracias, señor marqués... ¡No se estaba tan mal allá abajo!...» También vio, también comprendió.

Y a la salida del túnel, el enamorado esposo, después de estrujarla con un abrazo algo teatral y de haber mezclado el restallido de sus besos al mugir de la máquina humeante, gritaba: «¿Qué puedo yo ocultar a esta mona golosa?... Te como; mira que te como. ¡Curiosona, fisgona, feúcha! ¿ quieres saber? Pues te lo voy a contar, para que me quieras más». ¿Más? ¡Qué gracia! Eso que es difícil.

Si no quiere cansarse en vano, si realmente desea encontrarlos, tenga presente cuanto queda dicho en las anteriores líneas de este capítulo: huya de toda comarca en que haya un paso de nivel, un túnel, una fábrica de tejidos al vapor ó un horno de calcinación. Por allí ha pasado el espíritu moderno y se ha llevado la paz y la poesía de los patriarcas.

Después que pasamos el puente, volvimos a orillar una nueva muralla rocallosa que había a la derecha, atravesamos luego un túnel largo y angosto, y al fin salimos a otro espacio abierto, cuyas dimensiones tampoco nos fue posible calcular. El monje colocó entonces su linterna en un nicho, en cuyo seno había varias velas puestas sobre toscas tablas y aseguradas entre tres clavos.

«Por aquí» dijo Santa Cruz señalando un arco que era la única salida. Y cuando pasaban por aquel túnel, al extremo del cual se veía otra plazoleta tan solitaria y misteriosa como la anterior, los amantes, sin decirse una palabra, se abrazaron y estuvieron estrechamente unidos, besuqueándose por espacio de un buen minuto y diciéndose al oído las palabras más tiernas. «Ya ves, esto es sabrosísimo.

Se aproximó la silba, con una estridencia de aquelarre. Fué pasando entre la montaña y los jardines de Villa-Sirena; luego se alejó por el lado opuesto, con dirección á Italia, disminuyendo paulatinamente al ser tragada por el túnel. Toledo, que era el único que presenciaba el paso del tren, vió cómo se animaban casas, jardines y pequeñas huertas á los dos lados de la vía.