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Los ventanales estaban rojos, esparciendo en la cálida lobreguez de la noche risas, gritos, suspiros de violines, romanzas amorosas que denunciaban un cuello femenil, blanco y voluptuoso, hinchado por el deseo y por la música. Las gotas de luz perdidas en el infinito cambiaban sus parpadeos con las estrellas eléctricas medio ocultas en los negros follajes.

Algún murciélago volvió á decirse. Sus ojos creyeron ver en la lobreguez algo más obscuro aún que pasaba, flotando en el aire, por encima de su rostro. De este pájaro de la noche surgieron repentinamente dos puntos de luz, dos pequeños focos de intensa blancura, iguales á unos ojos hechos con diamantes.

Febrer acabó por sumirse en la lobreguez del sueño, rodando a través de las sinuosidades de su pensamiento, cada vez más confuso. En la mañana siguiente, mientras se vestía, decidióse a realizar cierta visita, con gran esfuerzo de su voluntad. Aquel casamiento era algo audaz y peligroso que exigía larga reflexión, como le había dicho su amigo el contrabandista.

Eran los heridos que quedaban en la primera batería, los cuales, sintiéndose anegados por el agua, que ya invadía aquel sitio, clamaban pidiendo socorro no si a Dios o a los hombres. A éstos se lo pedían en vano, porque no pensaban sino en la propia salvación. Se arrojaron precipitadamente a las lanchas, y esta confusión en la lobreguez de la noche, entorpecía el trasbordo.

En este fugaz despertar, que era semejante a la rápida visión luminosa de un respiradero en la lobreguez de un túnel, reconocía junto a su cara las caras afligidas de la familia de Can Mallorquí.

El pobre Obispo apenas si se movía: únicamente su pecho continuaba agitándose con penoso estertor. Sus labios tomaban un tinte violáceo; sus ojos casi cerrados dejaban entrever un globo empañado ó inmóvil. Eran unos ojos que ya no miraban, y su morena carita parecía ennegrecida por misteriosa lobreguez, como si sobre ella proyectasen su sombra las alas de la muerte.

Tiraban contra él.... Instintivamente se agachó, queriendo confundirse con la lobreguez del suelo, no presentar blanco al enemigo. Y en el mismo momento brilló un segundo fogonazo, sonó otra detonación, confundiéndose con los ecos aún vivos de la primera, y Batiste sintió en el hombro izquierdo un dolor de desgarramiento, algo así como una uña de acero arañándole superficialmente.

Con la húmeda podredumbre de las úlceras, se pegaba a las sábanas el cuerpo del rey. Asquerosos insectos parásitos devoraban en vida su carne, y corrían bullendo por toda ella. Hedor insufrible llenaba aquel recinto. Cirios encendidos patentizaban su lobreguez y su tristeza. Le santificaban las más preciadas reliquias que para consuelo del rey se habían traído.

Un grito estridente rasgaba la lobreguez, un alarido feroz, que hacía estremecer á los que lo escuchaban. Este grito inmenso salía de la garganta de un pájaro poco más grande que el puño, una especie de mochuelo del tamaño de un pichón de cría. Todas las bestias, las que vuelan, las que corren y las que se arrastran, se echaban á temblar cuando oían este alarido.

El animal no conoce el derecho, la justicia, la compasión; vive esclavo de la lobreguez de sus instintos. Nosotros pensamos, y el pensamiento significa libertad. El fuerte, para serlo, no necesita mostrarse cruel; resulta más grande cuando no abusa de su fuerza y es bueno.