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La gente joven que Maltrana había encontrado algunas veces junto a la verja que cerraba el paso a los camarotes, espiando las idas y venidas de camareras y criadas, manteníase a cierta distancia, contemplando a Nélida con una admiración casi homicida. La devoraban todos con los ojos. Parecía que de un momento a otro iban a caer sobre ella, despedazándola.

Hubo las porfías que eran de esperarse sobre lo poco con que me satisfacía yo, y lo mucho que ella me ofrecía con generosa obstinación, pensando que «lo dejaba por cortedad». Al fin transigimos tomando yo algo más de lo que necesitaba, y repartiendo el resto hasta lo que ella me ofrecía, entre los siete rapaces que devoraban con los ojos el suculento agasajo humeando sobre la mesa.

Viendo, ora la hechicera boca de su amada, que aparecía y desaparecía, ora un mar de olas inverosímiles, flotas a la vela, abordajes heroicos, armas y banderas extrañas, fuese quedando dormido. Un ratón salió de la cueva y otros le siguieron. El número se acrecentaba sin cesar y todos devoraban con desconfiada premura las migajas caídas en torno de la mesa.

Mas, ¡ay!, en vano su ilusión le forjaba planes seductores.... Aquellas mujeres, cuyas miradas devoraban á los transeuntes, con cuyos movimientos, con cuya voz, en ocasiones, intentaban seducirlos, sólo para don Silvestre eran ariscas y desaboridas; para todos había sonrisas, guiños y hasta flores; para el infeliz mayorazgo escupitinas, desaires y malas razones.

El majadero de López estaba dispuesto a todo, apretado por la miseria, la envidia y los apetitos que devoraban su alma. Ya se cansaba de esperar el venerable Gracián, cuando apareció Romualda, jadeante y sofocada. Por su conducto la señora Nazaria suplicaba al Padre tuviera la bondad de subir, porque se encontraba muy mala.

Eran aventureros que querían la guerra por la guerra; ilusos deseosos de fortuna; mozos del campo que, en su ignorancia pasiva, habían ido a las partidas como se hubieran quedado en casa a tener otros consejeros; almas sencillas que creían firmemente que en las ciudades quemaban y devoraban a los ministros de Dios, y se habían lanzado al monte para que la sociedad no cayese en la barbarie.

Las reglas del Instituto dejaban amplio desarrollo a la naturaleza física y moral de sus alumnas; en público se conformaban con sus excelentes reglas de dieta, pero privadamente se permitían extrarreglamentarios festines con las golosinas de su abastecedor particular del pueblo; asistían a la iglesia con formalidad ejemplar, pero coqueteaban durante el oficio divino con la dorada juventud del pueblo; en las clases recibían severa y moral instrucción y durante el asueto devoraban las novelas más edificantes.

Eso de que le llamaran canallita, le exasperaba... Vislumbró el presidio, como en sus sueños infantiles había vislumbrado otras veces el Cielo... Pero si el hambre y la sed le devoraban, ¿qué podía hacer más que entregarse? Y el guardia aquel era precisamente un hombre a quien Mariano admiraba mucho por su gallardía y su simpático rostro.

Era ya Sevilla teatro demasiado estrecho para las miras ambiciosas y para la sed de aplausos que devoraban el corazón de María. El duque, además, obligado a restituirse a la capital, deseaba presentar en ella aquel portento, cuya fama le había precedido. Pepe Vera, por otra parte, ajustado para lidiar en la plaza de Madrid, exigió de María que hiciese el viaje. Así sucedió, en efecto.

Juan Pablo empleó toda su parte en pagar las deudas que le devoraban y un descubierto que dejara en la administración carlista.