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Pero, como ya hemos dicho, todas las apariencias, y objetos de los sentidos no ofrecen sino falsos bienes, ó aparentes, y ácia ellos nos arrastran la concupiscencia, y el desorden de los apetitos.

Paco, sin pensar mucho en ello, y sin pensar claramente, esperaba todavía un amor puro, un amor grande, como el de los libros y las comedias; comprendía que era ridículo buscarlo y se declaraba escéptico en esta materia; pero allá adentro, en regiones de su espíritu en que él entraba rara vez, veía vagamente algo mejor que el ordinario galanteo, algo más serio que los apetitos carnales satisfechos y la vanidad contenta.

Mejor hubiese sido para él no asomar al mundo, permanecer en el limbo de los privilegiados que no llegan a formarse. Semejante al escudero de Don Quijote, que, cuando al fin se vio en las abundancias de Barataría, tuvo al lado un doctor Recio para contrariar sus apetitos, el pobre ser no podía gozar en completa libertad las dulzuras de la escasa vida que le restaba.

Si iba al café, aun sacrificando sus apetitos al gusto de los demás parroquianos, por evitar escenas como la consabida del sorbete, notaba que los mozos le servían más tarde y peor que á todo el mundo; porque en el centro de la tolerancia y de la despreocupación se juzga y se respeta á los hombres en razón directa de la excelencia del corte y calidad de sus vestidos.

Nos aproximó el ambiente, aquella maldita primavera, pero ni eras para , ni yo para ti. Somos de diferente raza. naciste burgués, yo llevo en las venas el ardor de la bohemia. El amor, la novedad de mi vida te deslumbraron; batiste las alas para seguirme, pero caíste con el peso de los afectos heredados. tienes los apetitos de tu gente.

En su mente lo inverosímil luchaba en sombrío pugilato con lo posible. ¿Saldría de este batallar alguna idea grande, algún plan jamás soñado de otro alguno? Las visiones de la riqueza real se peleaban dentro de él con las imágenes del bienestar ajeno, entre el estruendo de los rebeldes apetitos, tanto más revoltosos cuanto más distantes de ser saciados.

Y como cuando la cestita le quemaba con más fuerza sentía él un poco paralizado el brazo del corazón, y todo el cuerpo vibrante como las cuerdas de un violín, y después de eso le venían de pronto unos apetitos de llorar y una necesidad de tenderse por tierra, que le ponían muy triste, aquel buen don Manuel no veía sin susto cómo le iban naciendo tantos hijos, que en el caso de su muerte habían de ser más un estorbo que una ayuda para «esa pobre Andrea, que es mujer muy señora y bonaza, pero ¡para poco, para poco!».

Entonces todas sus más poéticas aspiraciones, todos sus afectos más puros y hasta sus naturales apetitos, nunca satisfechos, de goces materiales, de bienestar y de reposo, y todas sus esperanzas, se cumplen y se logran de un modo ilusorio, en el delirio que precede á la muerte.

El duque no era uno de esos hombres de torpes inclinaciones, estragados y vulgares, para los cuales los desórdenes de la mujer, lejos de ser motivo de desvío y repugnancia, sirven de estimulante a sus toscos apetitos. En su temple elevado, altivo, recto y noble, no podían albergarse juntos el amor y el desprecio; los sentimientos más delicados, al lado de los más abyectos.

El entendimiento escaso, la conciencia turbia, los apetitos despiertos, la condición mansa y peligrosa como la del agua detenida. Su padre le había embarcado a los catorce años entre otros cuantos millares de ovejas humanas que la metrópoli enviaba anualmente a las colonias ultramarinas.