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Ya pagó de antemano lo que has de heredar de mi marido. Te rescató de Dios para entregarte al mundo. Quédate en el mundo. no puedes ser monja. La mala sangre del Comendador hierve en tus venas. ¿Cómo dudar que eres la hija maldita de aquel impío? Clara, al oir estas últimas palabras, dió un grito inarticulado y cayó desmayada entre los brazos de Lucía.

A veces la mano del interlocutor se apoyaba sobre el antepecho de la ventana; Ana veía, sin poder remediarlo, unos dedos largos, finos, de cutis blanco, venas azules y uñas pulidas ovaladas y bien cortadas.

El Comendador, á pesar de sus distracciones, miró á Doña Clara con extraordinaria curiosidad. Era una niña de poco más de diez y seis años. El color de su rostro, de un moreno limpio, teñido en las mejillas y en los labios del más fresco carmín. La tez parecía tan suave, delicada y transparente, que al través de ella se imaginaba ver circular la sangre por las venas azules.

Y tras este saludo, cambiado con toda la gravedad propia de una gente que lleva en sus venas sangre moruna y sólo puede hablar de Dios con gesto solemne, se hacía el silencio si el que pasaba era un desconocido, y si era íntimo, se le encargaba la compra en Valencia de pequeños objetos para la mujer ó para la casa. Ya era de día completamente.

El geólogo y el minero que penetran por la fuerza con su pico y martillo en las entrañas de la roca, descubren venas de jaspe y otras piedras transparentes ó coloreadas; es el hilillo de agua termal, arrastrando arcilla en disolución, que lo ha depositado en la fisura por donde corría, y que luego ha cambiado de curso.

¿Sería verdad? ¿Sería, en efecto, hijo de moro? ¡Ah! Más valiera entonces romperse las venas y dejar que toda su sangre se derramase sobre el lodo de la ignorada caverna. Su razón cayó en espantosa vorágine. Las ideas parecían ulular y remolinear como los vientos en una noche de vendaval.

Roguemos, porque nunca naufrague la creencia, Para que tenga un culto la excelsa inteligencia Que dice á la barbarie: «¡De aquí no pasarásRoguemos porque todos escriban en sus pechos Con sangre de sus venas, sus leyes y derechos, ¡Que nunca borrar pueda la tiranía audaz!

De lejos. De lejos y de cerca tiene muy poco que ver. Exacto dijo Neluco ; pero en ese lugarejo hay una casa solariega... la de los Gómez de Pomar, sangre de rancio abolengo que corre también por las venas de usted.

Madrugo. El baño me fortifica y me alegra el espíritu. Tendida en la pila, con la mano en el grifo, dejo que el agua tibia me enerve, y la fantasía como en sopor se detiene en imágenes plásticas tranquilas y suaves. Después tiemblo dentro de la sábana y vuelvo gozosa al calor de mi cuerpo, contenta de la vida que siento circular por mis venas.

La sangre de los abuelos criollos despertaba en sus venas... Su hijo mayor era más equilibrado; pero en cuanto a carácter, allá se iba con el otro. ¡Gente interesante y temible!... Nélida y él eran más tranquilos, más alemanes, de genio siempre igual.