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Si ríe, es de dientes afuera; su interior es siempre lóbrego, con una obscuridad de caverna, en la que se agitan las pasiones como fieras encerradas que buscan la salida. , dice usted bien; España es triste contestó Luna . Ya no va vestida de negro, con el rosario en la empuñadura de la espada, como en otros siglos, pero por dentro sigue de luto y su alma es lóbrega y fiera.

Respondióme que me había tomado yo un trabajo bien ocioso, aunque me le agradecía mucho. Las cosas concluyó en el tono sentencioso que tan propio le era , pa rodar bien, han de rodar por mesmas jancia unu. Aquel hombre era la parsimonia y la imperturbabilidad en carne y hueso, y las mismas pulsaciones tenía delante del oso en su caverna, que al calorcillo de la novia.

La luz rojiza de la hoguera, extendiéndose sobre un fondo oscuro, aumentaba el romanticismo de la escena, porque el bosque vecino aparecia como una inmensa caverna, y las sombras de los danzantes, músicos y espectadores, así como las de los mástiles y las copas de los cocoteros, se proyectaban en perspectiva de un modo singular.

Cuando hubieron llegado a la primera meseta del peñón, Marcos llevó su caballo a una caverna que allí cerca se aparecía, volvió en seguida solo, y comenzando a trepar delante de todos, dijo: Mucho cuidado, porque es fácil resbalar. Al mismo tiempo les mostraba a la derecha el precipicio azulado, con las copas de los abetos al fondo.

Sin duda alguna, mi escapada de la muerte ha sido la más difícil y terrible que haya un hombre conocido, y después de aquel esfuerzo violento quedé allí parado, sin aliento, jadeante y atontado, hasta que Reginaldo me tomó de un brazo y me sacó de aquella obscura caverna, en medio de un silencio más impresionante que todas las palabras.

¿Y qué se me da? ¡Ah! pues si á vos no os da, á menos. Entremos. Se van á maravillar cuando vean en esa caverna un manto de terciopelo y una encomienda de Santiago. Nos echamos á rodar. Hace mucho tiempo que entrambos rodamos. Pues rodemos.

Ignorábase aún que en la caverna de una muela se puede esconder una California de oro, y que con el marfil se fabricarían mandíbulas que nada tendrían que envidiar a las que Dios nos regalara. ¿Saben ustedes a quién debía la limeña la blancura de sus dientes? Al raicero.

En la noche del séptimo iban ya las tres peregrinas a guarecerse en una caverna para reposar, cuando descubrieron al ermitaño mismo, orando en el fondo. Una lámpara iluminaba con luz incierta y melancólica aquel misterioso retiro. Las tres temblaron de ser maldecidas, y casi se arrepintieron de haber ido hasta allí.

Después iban llegando los varones: pobres arrieros, curtidos por los vientos glaciales de la Cordillera que derriban á las mulas. Algunos, durante las grandes nevadas, habían quedado aislados meses enteros en una caverna lo mismo que los náufragos que se refugian en una isla desierta , teniendo que esperar la vuelta del buen tiempo, mientras á su lado morían los compañeros de hambre y de frío.

Berbel estaba anonadada, inmovilizada por el terror; mas las últimas nubes no tardaron en huir de la caverna, desvaneciéndose en el azul infinito. Entonces Yégof penetró bruscamente en la cueva y se sentó cerca del manantial, con la cabeza entre las manos, los codos en las rodillas y contemplando con mirada huraña cómo hervía el agua.