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Eran unos hermosos solitarios de brillantes, grandes como granos de maiz, de brillo algo azulado, llenos de una severa elegancia como si conservasen aun el estremecimiento de los días del Terror. ¡Esos dos pendientes! dijo Sinang mirando hácia su padre y protegiendo instintivamente con la mano el brazo que tenía cerca de la madre. Otras más antiguas todavía, las romanas, contestaba Cpn.

Las capillas laterales, los rincones quedaban sepultados en sombra. En el medio de la nave brillaba sobre un grupo de fieles el resplandor azulado que dejaban caer desde la altura las ventanas del cupulino, y a veces, cuando el viento movía las cortinas, resplandecía en el aire una ráfaga luminosa, que iba a posarse en la faz apergaminada de un viejo, o en el rostro de una mujer bonita.

Escuché como en sueños cuanto decían, pero aquella dulce voz «¡Rodolfo! ¡Rodolfo! ¡Rodolforesonaba todavía en mis oídos, como un grito de amor y desesperación. Comprendieron por fin que mi pensamiento estaba lejos de allí y nos paseamos en silencio, hasta que Federico tocó mi brazo y vi a gran distancia el azulado humo de la locomotora. Entonces les tendí las manos.

Bajo el azulado velo del sereno firmamento en aquel feliz momento de olvido y de loco anhelo, quisiera emprender el vuelo hacia recuerdos hermosos, que brillan esplendorosos en medio de mis dolores y ofrecen consoladores las dulzuras de mi cielo.

El zorro quedó envuelto por un instante y se le escuchó estornudar. Ya le sube el humo á las narices, señor conde dijo D. Primitivo. El viento disipó el humo espeso, y el montón comenzó á arrojar una columnita de otro azulado y trasparente. Quedó el zorro al descubierto, y observáronse en él señales de una inquietud que iba en aumento.

Un vestido de foulard demasiado corto, y matizado de los más extravagantes colores; un peinado sin gracia, adornado con cintas encarnadas muy tiesas; una mantilla de tul blanco y azulado guarnecida de encaje catalán, que la hacía parecer más morena: tal era el adorno de su persona, que necesariamente debía causar, y causó, mal efecto. La condesa dio algunos pasos para salir a su encuentro.

Al fondo, a través de una atmósfera azul, se dibujaban los bosques, los valles y las peñas como el musgo y los guijarros de un lago bajo el cristal azulado. Ni una ligera aurilla agitaba la placidez del ambiente.

Oíale dar suspiros y gruñir como una persona sofocada por la cólera. Sintiole palpar en la mesa de noche buscando la caja de cerillas. Esta se cayó al suelo, y en el suelo vio Fortunata la claridad lívida que los fósforos despiden en la oscuridad. La mano de Maxi descendió buscando la caja, y al fin pudo apoderarse de ella. Fortunata vio subir el azulado resplandor, como difusa humareda.

Estaba envuelto en el humo azulado, sutil y picante que se escapaba del fogón de los buñuelos; un vaho grasoso, inaguantable, capaz de hacer llorar y toser a los monigotes de la falla Y lo primero que vio al volver de sus ensueños fue un par de viejos que, asomados a la puerta del cafetín, le miraban con sonrisa burlona.

Los Materne se habían detenido al borde de la peña; aquellos tres fuertes hombres rojos, con el sombrero levantado, el cuerno de pólvora al costado, la carabina al hombro, las piernas enjutas y musculosas, firmemente erguidos al extremo de la peña, ofrecían un extraño aspecto sobre el fondo azulado del abismo.