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Actualizado: 5 de julio de 2025


Hace sus preparativos de viaje, para ir a despedirse, después, de su padrino. Esto es lo que más le cuesta... aunque sólo le hablará de una breve ausencia. Al abrir uno de los cajones del escritorio para sacar dinero, lo primero que hiere su vista es una carta escrita sobre papel azulado: el único billete que ha recibido de ella.

Un viento caliginoso levanta pequeñas nubes de polvo; velos de vapor azulado descienden lentamente sobre el suelo. Juan apoya la cabeza en los vidrios de la galería; pero están calientes como si hubiesen permanecido todo el día en un horno. De pronto, Gertrudis se levanta. ¿Adónde vas? pregunta Martín. Al huerto responde ella.

Luego continuó, como si hablase para ella misma: Este encuentro servirá para que yo piense en cosas que nunca hubiese recordado... ¿Por qué volvió usted de tan lejos?... ¿por qué se le ha ocurrido pasear por esta parte de Montmartre que nunca frecuentan los extranjeros ricos?... ¡Ay! ¡la maldita casualidad! De pronto se incorporó, con un reflejo azulado en las pupilas.

Bajo los rasgos de lápiz azulado con que se agrandaba los ojos brillaba perpetua humedad de lágrimas. ¿Qué habría en su alma? ¿Laxitud de pecadora cansada o nostalgia de castidad atropellada? ¿Marcela? Guapísima, juguetona, sensual, elegante, mimosa y zalamera hasta el punto de aparentar que se entregaba ilusionada; pero... la codicia en persona.

El cielo azulado, las llanuras de Alsacia y Lorena, y, al fin del horizonte, las de la Champaña, aquella inmensidad sin límites en la que se perdía la mirada, le producía como un desvanecimiento de entusiasmo. Parecía que tenía alas y que volaba por el espacio azul, como esos grandes pájaros que se arrojan desde la cima de los árboles a los abismos, mientras entonan el himno de su independencia.

La luz difusa del alba, daba un tono azulado a su tez morena; hacía brillar con reflejos de nácar la blancura de sus córneas y marcaba con huella profunda la sombra de sus ojeras. Por la parte de Jerez abríase el cielo con un desgarrón de luz violácea, que iba extendiéndose, y borrando en su seno las estrellas.

Estaba mucho más anheloso que por la noche, más azulado de color, más vidrioso de mirada, y, sobre todo, muy atormentado por la tos y muy inquieto en la cama. Miré a Neluco, que le estaba pulsando, y leí en su cara sombría la confirmación de mi diagnóstico. De pronto, nos dijo él con voz tenue y silabeando casi las palabras por no alcanzar a más sus alientos: Hoy no me gusto pizca, muchachos.

Los alrededores bien cultivados, presentaban de lejos el aspecto de un tablero de damas, en cuyos cuadros variaba de mil modos el color verde; aquí, el amarillento de la vid aún cubierta de follaje; allí, el verde ceniciento de un olivar, o el verde esmeralda del trigo, que habían hecho brotar las lluvias de otoño; o el verde sombrío de las higueras; y todo esto dividido por el verde azulado de las pitas de los vallados.

Desperezóse la inmensa vega bajo el resplandor azulado del amanecer, ancha faja de luz que asomaba por la parte del Mediterráneo. Los últimos ruiseñores, cansados de animar con sus trinos aquella noche de otoño, que por lo tibio de su ambiente parecía de primavera, lanzaban el gorjeo final como si les hiriese la luz del alba con sus reflejos de acero.

Esta pareció dilatarse á impulsos de la confianza, perdiendo su encogimiento hostil. Y sonrió por primera vez al capitán, con su boca de un rosa azulado, con sus mejillas blancas espolvoreadas de amarillo y sus cristales de fosforescente resplandor. Mientras tanto, la joven hablaba y hablaba, satisfecha de la potencia extraordinaria de su memoria.

Palabra del Dia

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