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El arte, que sigue la misma marcha que los pueblos, habia ido degradándose en medio de tan graves trastornos, y al encargarse de edificar este palacio, no supo hacer mas que cubrirse de brillantes velos para ocultar su decadencia. Las lineas geométricas van dominando, las tradicionales perdiéndose en un confuso mar de adornos, faltos absolutamente de sentido.

Y flotando por encima del bosque de chimeneas de ladrillo y de hierro, el eterno dosel de la moderna Bilbao, los velos en que se envuelve como si quisiera ocultar púdicamente su grandeza, los humos multicolores de sus fábricas, negros, de espesos vellones, como rebaños de la noche; blancos, ligeramente dorados por la luz del sol; azules y tenues como la respiración de un hogar campesino; amarillos rabiosos con un chisporroteo de escorias minerales.

¿Era este paisaje el mismo que habían contemplado los concurrentes al Casino? Ahora flotaban sobre él vaporosos velos de brumas, y aquella tierra normanda color verde de esmeralda pálida, sin horizontes, humedecida por la niebla, parecía salida, como en las primeras edades del mundo, de las ondas y del caos.

Pero apenas pasaba, todo resurgía a su espalda, casi en los bordes de sus fúnebres velos: revivían las flores con nueva fuerza, trinaban otros pájaros, y del polvo donde habían caído los viejos, los inútiles y los débiles, volvían a levantarse, transfigurados por la juventud. Ella era el abono de la vida, la hoz que siega el prado para que resurja con mayor fuerza.

Bien, entonces os prometeréis y Dios os bendecirá». ¡Oh! , prometidos... Mira a mi novio, ¡qué hermoso es!... Flores, flores por todas partes... He ahí a mis compañeras con sus largos velos blancos... ¿no oyes el grave sonido del órgano... y la multitud que repite como yo: «¡Qué hermoso es el novio!» ¡Oh! llega el viejo sacerdote... su mano tiembla al unirnos; ya es mío, es mi esposo ¡es mi esposo... ¡Oh! madre mía, quédate, quédate... ¿Me dejas?

Detrás de esos velos brillantes, me parece que alcanzo á distinguir un misterio, y casi tengo por seguro que ese misterio es una pena. Detrás del tinte de la cara, vislumbro yo un tinte que no puedo explicar; aunque en mi conciencia lo definir.

Los niños rubios habían desaparecido de las ventanas; los paseantes, cada vez más escasos, transitaban por el exterior con el busto inclinado, llevándose una mano a la gorra y ladeando la cara para defender los ojos y las narices de algo molesto; los velos femeniles crujían lo mismo que banderas o se elevaban en espirales de color, manteniéndose rebeldes a las manos enguantadas que pretendían aprisionarlos.

Tenía que suceder; debía de ocurrírsete esa idea. ¡Enamorado de Elena Lacante!... La cosa estaba en el aire y dentro de las verosimilitudes románticas, y tu superior perspicacia no ha vacilado en desgarrar los velos del porvenir ni en profetizar. Pues bien, no; nada de vaticinios. Nadie es profeta en su familia.

Las Filomenas ocuparon su sitio detrás de las monjas, unas y otras con los velos por la cabeza. Las Josefinas permanecían en la habitación que hacía de coro. Belén y las damas cantoras entonaban inocentes romanzas, mientras duró el Manifiesto, en las cuales se decía que tenían el pecho ardiendo en llamas de amor y otras candideces por el estilo.

La noticia de tal sublevación, así como el manifiesto de sus jefes, hizo reir mucho al público femenino. Algunos caricaturistas habían improvisado á última hora dibujos para los periódicos, representando las tropas revolucionarias compuestas de hombres todos con faldas y con velos, llevando además lanzas y espadas.